El día 17 de septiembre comienza la Semana de pastoral penitenciaria, que concluye el día 24 con la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, patrona de los presos y de todos los que trabajan en prisiones. Este año el lema es “Abrazados a la esperanza”, como preparación para el Jubileo de la Encarnación que nos invita a ser “Peregrinos de esperanza”.
La celebración de los Años Santos está fuertemente arraigada en la tradición bíblica. En su origen, el Jubileo (yobel, en hebreo) era un tiempo de perdón y de reconciliación, un año de gracia del Señor (Is 61,1-2; Lc 4,18-19), en el que los que habían perdido la libertad la recuperaban: «Así santificarán el quincuagésimo año, y proclamarán una liberación para todos los habitantes del país» (Lv 25,10). Por eso el Papa Francisco, en la bula de convocatoria Spes non confundit, señala que uno de los “signos tangibles de esperanza” que no pueden faltar en el próximo Jubileo es promover caminos de reinserción y formas de amnistía o de condonación de penas para que los privados de libertad recuperen la confianza en sí mismos y en la sociedad (n. 10). El mismo Santo Padre Francisco ha decidido abrir una Puerta Santa en una cárcel para invitar a los reclusos “a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida”.
Los presos son los primeros destinatarios de la proclamación del Año Santo del Señor y, por eso mismo, la cárcel es un lugar privilegiado para el anuncio de la Buena Noticia del Reino. Allí se encuentran personas excluidas de la sociedad, que se han quedado al borde del camino, pero que son invitadas a los primeros puestos en el banquete de los cielos. Con ellos se identificó Jesús cuando dijo: “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36). Quienes viven en la cárcel no necesitan más juicios, sino más cercanía y ayuda.
La Iglesia se hace presente en las cárceles para acompañar a las personas privadas de libertad y anunciarles la esperanza de un futuro en libertad, para que puedan volver a empezar y rehacer sus vidas. Dentro de la cárcel, las medidas penales están orientadas a la reeducación y reinserción social para abrir un día las puertas de salida a la sociedad. Pero también es necesario que las puertas de la sociedad se abran para acoger a sus hijos pródigos, a aquellos que, habiendo dicho que “no”, luego dicen que sí y quieren cambiar de vida. Y esta misericordia jubilar de la acogida y la inserción tenemos que practicarla todos, respetando los derechos y la dignidad de los que han tropezado en la vida.
La cárcel puede convertirse en un “cementerio de hombres vivos”, como a veces se la ha llamado. O puede ser un lugar de recuperación, de reciclaje, de reflexión y de conversión. Las dificultades de la vida pueden sacar de nosotros lo mejor o lo peor. Algunos se pueden quedar en la queja permanente, maldiciendo su suerte, rengando de Dios y de la vida, enfadados con todos, o puede descubrir lo que realmente es importante en la vida y merece la pena luchar por ello. En la cárcel de Toledo, san Juan de la Cruz escribió el Cántico espiritual, en la cárcel de Sevilla, san Juan de Ávila, comprendió el misterio de Cristo mejor que en la universidad. No es extraño que en la cárcel se escriban los mejores cantos a la libertad.
En nuestra diócesis está radicado el Centro penitenciario Cáceres II, donde un grupo de voluntarios de la Delegación diocesana de pastoral penitenciaria entra varias veces a la semana para llevar la gran esperanza de Jesucristo, la liberación integral de la persona. Y también están presentes en el momento de las salidas terapéuticas para acompañarles en su vuelta a la convivencia ciudadana, en los permisos para favorecer la acogida en sus familias, y cuando reciben la libertad para ayudarles en su inserción social y en el acceso al mundo laboral.
La Virgen María es nuestra madre del cielo. Como todas las madres, está atenta a las necesidades de todos sus hijos, especialmente de aquellos que peor lo pasan. Es importante que los presos sientan la ternura y la compasión de su madre del cielo, a la que invocan con el nombre de Nuestra Señora de la Merced, y de la que obtienen misericordia y comprensión. Una madre siempre espera lo mejor de sus hijos y sus lágrimas son la mejor medicina para su conversión, para creer en sí mismos e intentar ser mejores.
En este año Jubilar de la Virgen de la Montaña, no podía faltar la visita a los reclusos del Centro Penitenciario Cáceres II. El día 2 de octubre será uno de los momentos más importantes y significativos de la salida de la Virgen de la Montaña por la ciudad buscando a sus hijos más queridos.
Santa María, Madre de los presos y privados de libertad. Ruega por nosotros.