Un año más celebramos la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Día de la Caridad. Un año más hemos de reavivar el compromiso de la comunidad cristiana y de la sociedad en la defensa de las personas más pobres y vulnerables, viviendo la actitud de Jesús, que se compadecía de las muchedumbres extenuadas y abandonadas “como ovejas que no tienen pastor” (cf. Mt 9, 36). No podemos pasar con indiferencia por el lado del hermano necesitado, hemos de conmovernos ante él. Esta solemnidad es un momento propicio para dar gracias a Dios por el don de su amor, porque se ha quedado entre nosotros como alimento en nuestra vida de peregrinos; también para poner la Eucaristía en el centro de la vida de cada fiel y de cada comunidad, y para dejarnos impulsar al encuentro con los hermanos más pobres y vulnerables.
El lema de este año nos habla de la esperanza: “Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la esperanza”. La Eucaristía es la fuente de nuestra esperanza, la llamada cotidiana a vivir en esperanza; nos traslada al momento de la noche anterior a la pasión y muerte de Jesús, cuando padecerá el abandono de sus amigos más cercanos. Todo lo que le esperaba era la Pasión y una muerte atroz. En esa perspectiva tan oscura y dolorosa, el Maestro realiza el acto más bello de esperanza, de entrega en totalidad: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros” (Lc 22, 19). Por eso, cuando flaquea la esperanza, lo mejor que podemos hacer es acercarnos a la Eucaristía, el sacramento de la esperanza.
El cardenal Nguyen van Thuan, obispo que pasó trece años en las cárceles del Vietnam, nueve de ellos en régimen de aislamiento, nos cuenta su experiencia de la Eucaristía en la cárcel. De ella sacaba la fuerza de su esperanza: “He pasado nueve años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa todos los días hacia las tres de la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizando en la cruz. Estoy solo, puedo cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita… Llevo siempre conmigo la bolsita que contiene el Santísimo Sacramento: “Tú en mí, y yo en Ti”. Han sido las misas más bellas de mi vida. Por la noche, entre las nueve y las diez, realizo una hora de adoración… A pesar del ruido del altavoz que dura desde las cinco de la mañana hasta las once y media de la noche. Siento una singular paz de espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María y de José”.
La solemnidad del Corpus, con la tradición de las procesiones eucarísticas al término de la celebración de la misa de la fiesta, es, sobre todo, un acto de fe público en la presencia sacramental del Cristo resucitado, que se da a sus discípulos como alimento para la peregrinación humana de cada uno, de manera que –como escribe San Pablo- “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Co 11, 26). Desde los primeros tiempos del cristianismo se ha insistido con toda razón en el vínculo entre la Eucaristía y la caridad. Es muy coherente, por ello, que en la fiesta de “Corpus” se celebre entre nosotros el Día de la Caridad, la jornada principal de Cáritas, el día en que esta institución eclesial da cuenta de sus proyectos, del uso de sus recursos y de sus propósitos más inmediatos.
Cáritas es la institución principal de cada Iglesia local por los pobres y necesitados. En este día valoramos y agradecemos especialmente todo el trabajo que se lleva a cabo desde las comunidades parroquiales, desde Cáritas Diocesana y desde otras instituciones, en favor de las personas más afectadas por la pobreza. Que esta campaña nos inspire a seguir el ejemplo de Jesús para abrir camino a la esperanza.