Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Al final, nos salvará la misericordia

Apenas hace ocho días celebrábamos la Vigilia pascual en la noche santa de la resurrección del Señor.

En aquella celebración bendijimos las fuentes bautismales y algunos catecúmenos adultos recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana en diversos lugares de nuestra diócesis: el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía. De esta forma, muchos empezaban a ser cristianos en la antigüedad, pero con el paso de los siglos, la celebración del sacramento del Bautismo se avanzó para realizarse lo antes posible. De ahí que muchos de nosotros lo recibimos de pequeños, y así lo hemos vivido también en amigos y familiares cuando tienen un hijo. La Pascua es, pues, un tiempo de gracia muy especial en el que se nos invita a recibir los sacramentos, a participar y renovar nuestra iniciación cristiana, recordando el día de nuestro Bautismo, o de nuestra Confirmación, y a volver a profesar la fe de la Iglesia con nuestro «sí» generoso y confiado a Dios. Todos los sacramentos son fruto de la Pascua, del amor de Dios manifestado en su Hijo, sobre todo en su muerte y resurrección. Dios nos llama a vivir con Él y nos da los sacramentos que son como los canales de su gracia para nuestra vida en este mundo. Durante el tiempo de Pascua, que hemos iniciado, se nos ofrecen especialmente, como he dicho, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Pero no podemos olvidar el sacramento de la Penitencia, la Confesión, que es como una renovación de nuestro Bautismo. Es cierto que en Él hemos recibido y hemos empezado una vida nueva pero también lo es que somos débiles y constatamos la necesidad continua de pedir perdón y ser perdonados, de ser reconciliados nuevamente con Dios. De hecho, así lo expresamos al inicio de la celebración de la Misa y lo repetimos constantemente en el Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas…».

No podemos dejar pasar por alto este gran regalo del Señor, fruto de su pasión y de su resurrección: «Al anochecer de ese mismo día, que era domingo, los discípulos, por miedo a los judíos, tenían las puertas cerradas del lugar en el que se encontraban. Jesús llegó, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros…”. Entonces sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quien le perdonéis los pecados, le quedarán perdonados; a quien no les perdonéis, les quedarán sin perdón”» (Jn 20,19-23). A Jesús le ha costado la vida, su sangre derramada por nosotros. No tengamos miedo y acudamos con confianza a este sacramento de la Misericordia porque el perdón no es otra cosa que su mismo amor de Padre que nos acoge, nos abraza, cura nuestras heridas, nos reviste de nuevo, y nos hace entrar en su casa, a participar de la fiesta con su Hijo Jesús. De hecho, ¡hoy celebramos el Domingo de la Misericordia de Dios!

This Pop-up Is Included in the Theme
Best Choice for Creatives
Purchase Now