En muchas ocasiones he subrayado que la pastoral familiar debe ser principal en la vida de una diócesis porque las familias son la célula fundamental de la sociedad y de la Iglesia. Cuando las familias viven con profundidad su fe las demás actividades eclesiales se ven beneficiadas: la catequesis, la pastoral vocacional, la pastoral juvenil… Son incontables las bendiciones que el Señor derrama a través de las familias cristianas. Precisamente por esto, quiero agradecer de corazón a todas las personas que están implicadas en esta pastoral, tanto en las parroquias como en los movimientos familiaristas. Solo el Señor sabe todo el trabajo que llevan a cabo, de manera muchas veces oculta, pero que, sin duda, sostiene a la Iglesia. Por el contrario, creo que a todos es patente lo que sucede cuando las familias se alejan del Señor y de la Iglesia. Especialmente la evangelización de los niños, adolescentes y jóvenes resulta complicadísima porque no han mamado en sus hogares la fe.
No caigamos en la tentación del desaliento. Hay una frase del papa Francisco, en el prefacio a los Itinerarios Catecumenales para la Vida Matrimonial, que me gustaría que tomáramos en consideración: «Apelo a la docilidad, al celo y a la creatividad de los pastores de la Iglesia y de sus colaboradores, para hacer más eficaz esta vital e indispensable labor de formación, de anuncio y de acompañamiento de las familias, que el Espíritu Santo nos pide en este momento». En nuestra Archidiócesis debemos estar muy agradecidos porque se hace mucho en este sentido, siendo pioneros en iniciativas y acogiendo otras que va suscitando el Espíritu Santo en bien de su Iglesia. Yo también quiero apelar a la docilidad, al celo y a la creatividad, especialmente en estos tiempos en los que resulta tan difícil vivir la fe de manera individual. Ante la crisis generalizada que impacta terriblemente en la institución familiar, debemos seguir trabajando con ahínco por las familias, ofreciendo en todas las parroquias cauces adecuados para crecer en la vivencia del Evangelio. No nos durmamos en los laureles; no basta con todo lo que se ha hecho. El Señor nos sigue invitando a mostrar a las familias la alegría del amor.
Como Obispo, es mi deber acoger e impulsar todas las realidades que desde hace tantos años están implantadas en nuestra iglesia diocesana, destacando el Movimiento Familiar Cristiano, los Equipos de Nuestra Señora y Encuentro Matrimonial. Gracias por vuestra entrega y vuestro entusiasmo. También es mi deber acompañar a otras iniciativas que van surgiendo, entre las que quiero destacar una herramienta que surgió hace unos años y que está haciendo tanto bien a muchísimos matrimonios. Se trata de Proyecto Amor Conyugal.
Me he acercado a uno de los retiros y he quedado impactado al escuchar el testimonio de matrimonios que han experimentado en primera persona la Misericordia del Corazón de Jesús que ha venido a rescatarlos. Me contaban que, apoyados en el Amor de Dios, nunca hay que dar ningún matrimonio por perdido. Este proyecto no es un movimiento apostólico, sino un método que pretende revitalizar la pastoral familiar en las parroquias, siendo compatible con otras realidades ya presentes en la Iglesia. Aunque su actividad más conocida son los retiros, en los que cientos de matrimonios descubren con asombro y agradecimiento su matrimonio, como Dios lo pensó, no hay que perder de vista que lo más importante es el itinerario de crecimiento y profundización en la vocación al matrimonio, siguiendo las catequesis de san Juan Pablo II, conocidas como teología del cuerpo. Me ha gustado mucho comprobar que en este proyecto se vive algo que nos pide el papa Francisco con insistencia: los que llevan adelante este proyecto son los matrimonios, acompañados por los pastores. ¡Es la hora de los laicos! Os necesitamos. Sois miembros vivos de la Iglesia.
Demos gracias a Dios que sigue suscitando respuestas eficaces para los desafíos de nuestro tiempo, en el que a veces se oscurece la gran verdad de la indisolubilidad del matrimonio. Apostemos por cada matrimonio, sin tirar la toalla. Estemos cercanos para que sientan la ayuda de la comunidad eclesial. Gocémonos todos del bien que se hace en la Iglesia, sin espíritu de rivalidad, sino de profunda comunión. Confiemos a Santa María, Reina de la Familia, a todas las familias de nuestra archidiócesis, especialmente a aquellas que atraviesan dificultades.