En esta breve carta pastoral quiero elogiar la labor de los políticos que trabajan con generosidad y espíritu de servicio en la cosa pública; quiero felicitar a quienes sirven a la sociedad y, en concreto, a nuestra tierra de Aragón y a nuestras ciudades y pueblos, desde las distintas opciones políticas, promoviendo el respeto y la convivencia en paz y libertad. La vida política tiene un alto precio de agotamiento físico y psíquico, muchos sinsabores, ausencias prolongadas de casa sin poder estar con sus seres queridos, con incomprensiones y críticas.
Mi elogio va acompañado de unas palabras de aliento y ánimo que dirigió el cardenal Van Thuan, fallecido con fama de santidad, Presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, que estuvo trece años aislado en una cárcel de Vietnam, su país de origen. Sus palabras nos recuerdan a las Bienaventuranzas que pronunció Jesús en el Sermón de la Montaña. He aquí cuatro bienaventuranzas del buen político:
- Bienaventurado el político que tiene una profunda conciencia de su papel. El Concilio Vaticano II definió la política como “arte tan noble y tan difícil” (GS 75). El verdadero político, servidor del pueblo, se prepara para este servicio y procura ejercerlo con actitud de olvido de su propio interés y de toda ganancia lucrativa.
- Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad. En nuestros días los escándalos en el mundo de la política por casos de corrupción se multiplican haciendo perder la credibilidad a sus protagonistas. Será feliz, será respetado y valorado, el político que es coherente con los principios éticos y con la ley moral natural y no busca otros fines que el servicio desinteresado al pueblo, le haya votado o no.
- Bienaventurado el político, que trabaja por el bien común y no por su propio interés. El verdadero político en sus ratos de reflexión, de examen de conciencia, deberá hacerse estas preguntas: ¿estoy trabajando para el pueblo o para mí? ¿estoy trabajando por los valores morales y para la humanidad?
- Bienaventurado el político que se mantiene coherente. Coherente con sus ideas, con los principios democráticos, con los valores éticos, con su propia fe religiosa, con el servicio al pueblo y especialmente a los más empobrecidos y desprotegidos. Lo que más dignifica a una persona, y la hace respetable, es la coherencia de vida.
Feliz, bienaventurado, dichoso, el político que proclama valientemente la verdad, porque ella, y sólo ella, nos hace libres. Ser hábil en política no es saber mentir, sino saber presentar y proponer lo verdadero, lo bueno y lo bello