La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es una inmensa gracia de Dios para la Iglesia. Fue una de las grandes intuiciones de san Juan Pablo II, que supo ofrecer un lugar de encuentro a tantos jóvenes que se preguntan por el sentido de la vida, que buscan respuestas a sus interrogantes fundamentales, que buscan la felicidad, la verdad, el bien, y lo encuentran en Cristo y en la Iglesia. También los jóvenes necesitan respuestas a sus inquietudes vocacionales y la JMJ es un momento propicio para hallar un poco de luz al respecto. El fruto depende de la preparación, la realización y la continuidad. Tanto su sucesor, el Papa Benedicto XVI, como en la actualidad el Papa Francisco, han recogido el testigo, y con un estilo y carisma propios, han seguido convocando y acompañando a los jóvenes. La finalidad principal de las Jornadas es propiciar en el joven una experiencia profunda de fe, un encuentro con Cristo, que se convertirá en el centro de su vida, en el punto de referencia constante y la luz que ilumine sus pasos. También una experiencia de comunión con la Iglesia, que le ayudará a encontrar y asumir su lugar en la comunidad eclesial.
El encuentro con Cristo es la finalidad fundamental de las JMJs. La esencia del cristianismo es la persona de Cristo y la vida cristiana arranca de un encuentro con Él. La Persona de Jesucristo es el centro de la vida y de la misión de la Iglesia, y ha de ser el centro de la vida del joven. El teólogo Romano Guardini subrayó que la esencia del cristianismo es Jesús de Nazaret, y afirmó también que «Jesús no es sólo el portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión que penetra todas las vinculaciones terrenales y que no hay ningún poder que pueda ni contrastar ni detener. Es, en una palabra, la decisión por esencia» (La esencia del cristianismo).
En la introducción de su encíclica Dios es amor, el Papa Benedicto XVI resume magistralmente lo que es la vida cristiana y lo que, en síntesis, ha de ser una JMJ: «No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1). Los jóvenes no se enamoran de las doctrinas, de las normas morales o de los valores. Los jóvenes se enamoran de personas concretas, y se comprometerán hasta dar su vida por la Persona de Jesucristo; y del encuentro con Cristo nacerán iniciativas y compromisos al servicio de la paz, la justicia, los pobres, y cualquier causa noble que se les presente.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica a los jóvenes Christus Vivit, recuerda que “la pastoral juvenil siempre debe incluir momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo” (n. 214), e insiste en que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarnos. Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo, y ese Cristo que nos salvó de nuestros pecados en la Cruz sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Por eso exhorta a los jóvenes a contemplar la Cruz, a aferrarse a Él, a dejarse salvar; porque aunque nos alejemos y pequemos, Él vuelve a levantarnos con el poder de su Cruz; Él nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez, con un amor infinito e inquebrantable que nos permite volver a empezar, con una ternura que siempre nos devuelve la alegría» (Cf. nn.118-119).