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Mes para recordar y rezar por nuestros seres queridos difuntos

Dice el refranero castellano que es de bien nacidos ser agradecidos.

El mes de noviembre es el mes en el que recordamos con un cariño especial a nuestros seres difuntos más queridos y que tanta importancia tuvieron para nosotros en nuestra vida, que nos quisieron tanto y a los que quisimos y seguimos queriendo nosotros.

Pensemos en nuestros padres, hijos, hermanos y amigos cercanos que nos quisieron con toda su alma mientras vivían con nosotros, que nos dieron todo lo mejor que tenían, privándose ellos personalmente para dárnoslo a nosotros.

Ellos terminaron ya su andadura por este mundo y han pasado ya por la muerte, para poder encontrarse con el Señor. Seres todos muy queridos, que hoy ya no están a nuestro lado por haber sido llamados por el Señor.

De ellos, unos, seguro que ya gozan del descanso y la salvación eterna, y por ellos alabamos a Dios, el santo de los santos, les recordamos y celebramos en la festividad de todos los santos. Otros, tal vez están esperando su purificación plena para pasar definitivamente a gozar para siempre de la presencia de Dios en el cielo.

Ellos lo entregaron todo por amor a los hijos, al esposo, a la esposa, a sus padres, a sus hermanos y a sus amigos. Tanto amor por su parte pide nuestra correspondencia como padres o hijos o hermanos o amigos, porque «de bien nacidos es ser agradecidos», y si ellos hicieron tanto por nosotros, nosotros ahora tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano por lo que ellos están necesitando ahora.

Lo único valioso para lo que ellos pueden estar necesitando de nosotros ahora, es nuestra oración, una oración que se hace plegaria por el eterno descanso de sus almas, ofreciendo por la purificación de sus almas, si en algo quedaron manchados como fruto de su debilidad humana, eucaristías, oraciones y súplicas en sufragio por sus almas. Solo la oración es lo que necesitan, lo único que les sirve en su estado y, solo desde la oración, les estaremos demostrando nuestro verdadero cariño y nuestro auténtico recuerdo, para que el Señor les reciba definitivamente en sus brazos y les dé la bienaventuranza eterna.

Seguro que todos los recordamos con mucho cariño, especialmente en este mes de noviembre, y se lo expresamos llevándoles unas flores a la tumba el día de los difuntos.

Esto, indudablemente, está bien, es una muestra humana de nuestro recuerdo cariñoso y agradecido hacia ellos, pero es necesario que también nuestro recuerdo y nuestro agradecimiento sea desde la fe.

Ellos creyeron en el Señor y esperaron una vida que no se termina después de la muerte, y así trataron de enseñárnoslo a nosotros. Por eso, nuestra fe tiene que ser también una fe viva en la resurrección, la propia y la de ellos, y por lo mismo tiene perfecto sentido que pidamos por quienes nos enseñaron a creer y esperar para que, si necesitan de nuestra oración, encuentren en ella lo que necesitan de nosotros y, si ya gozan de la bienaventuranza eterna del cielo, que pidan por nosotros para que vivamos con autenticidad nuestra fe, y así nos hagamos merecedores de encontrarnos un día con ellos para gozar  juntos de la felicidad eterna. Es Cristo mismo quien nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Jn 11, 25-26).

Recemos por ellos y pidamos al Señor que les dé el descanso eterno y brille para ellos la luz y la felicidad eterna. Y que a nosotros nos haga verdaderos creyentes en Jesús y en la esperanza de nuestra resurrección, porque vivimos de acuerdo con lo que Él nos pide.

+ Gerardo Melgar Viciosa

Obispo de Ciudad Real

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