Hemos terminado ya el curso, con todo lo que esto significa. Porque cuando decimos que empezamos un curso o que lo acabamos, nos referimos a aquellas actividades que se llevan a cabo sobre todo desde el mes de septiembre de un año y hasta el mes de junio o julio del año siguiente. Esto significa, por tanto, que durante los meses de julio y agosto aquellas actividades se detienen, se ralentizan o incluso desaparecen.
Uno de los colectivos que se organizan en lo que llamamos “un curso” es el referente a la educación, a la formación, a la enseñanza, especialmente las escuelas, los seminarios, las universidades. En este sentido sabemos que los niños y jóvenes han terminado ya estos días el curso aunque los profesores, los maestros, los formadores y educadores todavía continúan trabajando, revisando el curso pasado, preparando el próximo.
Quisiera referirme hoy especialmente a los “maestros”, expresión que me resulta atractiva y que va más allá de lo que supone la transmisión de unos contenidos, de unos conocimientos. De hecho, a Jesús le llamaban y le llamamos nosotros también “Maestro”, porque los profesores tienen alumnos y los maestros discípulos. Y esta expresión quiere significar la transmisión de unas enseñanzas pero no sólo desde la teoría sino también con la propia vida.
He tenido ocasión de reflexionar todo esto estos días pasados conviviendo con un grupo de casi cien maestros y profesores de las escuelas diocesanas y parroquiales de nuestra diócesis. Hemos realizado una peregrinación al sepulcro de Santo Domingo de Guzmán en Bolonia, y hemos podido también seguir los pasos de San Juan Bosco, maestro y educador de la juventud en Florencia. Ha sido ciertamente una experiencia muy enriquecedora, como no podía ser de otra manera tratándose de personas que dedican su vida a los niños y adolescentes, al futuro de la sociedad.
En una celebración que tuvo lugar en una casa de la Congregación de los Salesianos donde vivió un tiempo San Juan Bosco, les propuse esta figura como modelo de educador. Él, que fue quien ideó lo que hemos conocido como formación profesional y más actualmente como ciclos formativos, expresaba en una carta a sus sacerdotes que, en esta tarea de formar personas, se obtienen mayores frutos sobre todo con el amor, y lo expresaba diciendo:
“Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene ante todo no olvidar que hacemos las veces de padres de nuestros queridos jóvenes. Miremos como hijos a aquéllos sobre los que debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, avergonzándonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio, y si algún dominio ejercemos ha de ser para servirles mejor”.
Quiero, pues, agradecer desde esta reflexión la gran tarea educativa de tantos maestros que sirven a la sociedad formando ciudadanos y buenos cristianos