¿Es verdad esto? Porque ésta es una expresión muy frecuente hoy, una expresión que manifiesta el profundo deseo de felicidad que tenemos todos. A cualquier persona que le preguntemos si quiere ser feliz, nos dirá sin dudarlo que sí. Todos queremos ser felices, y queremos que aquellos que amamos lo sean también. De hecho Dios nos ha creado con ese deseo porque éste es también su proyecto.
Pero, nos podemos preguntar ¿qué es la felicidad en realidad? En general se entiende como un estado de ánimo, un estado de ánimo subjetivo porque las mismas circunstancias o hechos pueden ser vividos de manera muy diferente por personas de personalidades y temperamentos distintos. Por otra parte, propiamente, no existe un derecho a ser feliz tal y como en general se entiende, no existe un derecho absoluto a la felicidad porque nuestra misma naturaleza (la ley natural y como cristianos la ley de que nos ha sido revelada por Dios) nos imponen unos límites y nuestra felicidad siempre deberá estar condicionada por el derecho que tienen los demás a ser felices también.
El problema está en que, habiendo sido creados para ser felices, nosotros a menudo buscamos la felicidad donde no se encuentra. Pensamos que con un cambio de situación, de trabajo, de lugar, encontraremos la felicidad y ciertamente no es así. Y por supuesto tampoco se encuentra en el hecho de tener muchas o determinadas cosas que nos deslumbran y desvían de nuestro camino
En primer lugar debemos pensar que la felicidad no se encuentra fuera de nosotros mismos y que debemos ir construyéndola cada día. En segundo lugar, la felicidad químicamente pura no existe, al menos en este mundo. Y por último, la verdadera felicidad sólo la podremos encontrar en Aquél que es la felicidad y que nos la tiene preparada para cuando llegue el fin de nuestra peregrinación en la tierra. Como repetidamente nos recuerda la Sagrada Escritura sólo en Dios podemos encontrar la verdadera felicidad, la felicidad posible en este mundo.
La máxima declaración de felicidad la encontramos en Jesús, en sus palabras en el Sermón de las Bienaventuranzas, que son toda una declaración de felicidad verdadera: “Al ver las multitudes, Jesús subió a la montaña, se sentó, y se le acercaron los discípulos. Entonces, tomando la palabra, empezó a instruirlos diciendo:
Dichosos los pobres en el espíritu: ¡de ellos es el Reino de los Cielos!
Dichosos los que lloran: ¡Dios los consolará!
Dichosos los humildes: ¡ellos poseerán la tierra!
Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos: ¡Dios los saciará!
Dichosos los compasivos: ¡Dios se compadecerá de ellos!
Dichosos los limpios de corazón: ¡ellos verán a Dios!
Dichosos los que trabajan por la paz: ¡Dios les llamará hijos suyos!
Dichosos los perseguidos por el hecho de ser justos: ¡de ellos es el Reino de los Cielos!
Dichosos vosotros cuando, por mi causa, os insultarán, os perseguirán, y esparcirán contra vosotros todo tipo de calumnias! Alegraos y celebradlo, porque vuestra recompensa es grande en el cielo” (Mt. 5, 1-12).
No son fáciles estas palabras, ni todo el mundo probablemente las entiende. Desgraciadamente nuestra experiencia es que hemos fracasado muchas veces buscando ser felices. Sin embargo la propuesta de Jesús continúa ahí. Pensémoslo, una vez más: ¿dónde la buscamos la felicidad?