El 11 de febrero, día de la Virgen de Lourdes, se celebra el Día de la mujer y la niña en la ciencia. En fecha tan señalada no parece mala idea proponer que no sólo es que se pueda ser mujer y científica —obviedad donde las haya— si no que además se puede ser católica convencida. Por eso venimos dedicando a ECCLESIA desde hace algunos años y por estas fechas semblanzas de científicas católicas. Este es el caso de Ana Marta González González (1969-), profesora de filosofía de la Universidad de Navarra y miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales desde 2016.
Los escritos de Ana Marta además de rigurosos son admirables. Sinceramente qué falta hacen mujeres como ella en la academia. No nos damos cuenta del valor de la filosofía, de su importancia. Sólo conservando memoria viva y científica de la historia del pensamiento nos es posible identificar qué pensaban quienes p.ej.- perpetraron crímenes a la humanidad justificándolos (‘por sus frutos los conoceréis’), como ha ocurrido en el siglo XX, pudiendo identificar de éste modo con facilidad los resurgimientos actuales de estos modos de pensar para así poder evitarlos. Pero los totalitarismos no se llevan bien con la historia de la filosofía, y eso unido a la ignorancia generalizada hace que pueda decirse en cierto modo que la filosofía está de capa caída. Desde luego no en Ana Marta.
Sus líneas de investigación son dignidad, ley natural, razón práctica, virtud y obligación, filosofía y ciencias sociales: cultura, estructura y agencia acción, emociones, identidad, Spaemann, Tomás de Aquino, Hume, Kant, Korsgaard.
Según la web de bioética Ana Marta se licenció en Filosofía por la Universidad de Navarra, en 1992 con Premio Extraordinario; doctorándose en Filosofía en la misma Universidad con una tesis titulada “Secundum naturam. La naturaleza como criterio de moralidad en Tomas de Aquino”, por la que recibió asimismo Premio Extraordinario. Parte de su investigación predoctoral la realizó en la Universidad de Münster (Alemania), durante el curso 1994-1995, y en la Catholic University of America (Washington, D. C.), en verano de 1996. En el Departamento de Filosofía de la U. de Navarra ha impartido clases de Ética, Cursos Monográficos sobre Bioética Fundamental, un Curso Monográfico sobre la Ética de Aristóteles, y una asignatura titulada Filosofía y Metodología de las Ciencias Humanas y Sociales, particularmente enfocada hacia la Antropología Social. También ha dado varios cursos en el programa de doctorado de Filosofia: sobre la Ley Natural y sobre la relación de Moral, Política y Derecho. Obtuvo una beca Fulbright para estudiar la relación entre moral, naturaleza y cultura en la filosofía práctica kantiana en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Harvard. Más de 30 artículos científicos en revistas especializadas, más de 50 capítulos de libro son parte de su producción filosófica. Coordina el Instituto Cultura y Sociedad de la U. de Navarra, primera universidad privada española de la nueva era, fundada por el Opus Dei.
Hablando de san Jose María Escrivá ha dicho:
«En efecto: como sacerdote que no quería hablar más que de Dios, sus palabras tenían, ante todo, la finalidad estrictamente apostólica de acercar las almas a Cristo. Es esta finalidad la que explica el tono característico de su vida y de su obra y, particularmente, de sus escritos, en los que el mensaje cristiano se hace una vez más interpelación directa, capaz de despertar en el alma “insospechados horizontes de celo”, tal y como lo atestigua el eco que sus palabras han encontrado en la vida de tantos millares de hombres y mujeres en todo el mundo».
En otro lugar ha añadido:
«Más que a descifrar la ley inexorable de la historia, el santo permanece atento a descubrir en ella los signos de la acción providente de Dios. Tal vez por esto pueda, en ocasiones, levantarse sobre los prejuicios de su propio tiempo. Un ejemplo de ello lo tenemos en el modo fundamentalmente positivo con el que San Josemaría entendió la condición de la mujer, y su corresponsabilidad con el hombre en la construcción de la cultura. Pienso que en esta cuestión, que hoy parece de sentido común, San Josemaría pudo sustraerse a las inercias y convenciones propias de su tiempo, pura y simplemente porque se dejaba guiar por el Espíritu de Dios. Si tenemos en cuenta que los filósofos más ilustres no siempre supieron sustraerse a las inercias de su tiempo, entonces comprenderemos por qué el santo resulta particularmente intrigante para el filósofo. Le enfrenta con sus propios límites, y le muestra un modo distinto de trascenderlos».