Manuel Alvar (1923 – 2001) fue un filólogo, lingüista y dialectólogo español, Además fue el primer catedrático de Lengua de la Universidad española y dedicó toda su vida a la investigación y la docencia: destacado investigador de la Filología Española en todos sus aspectos, desde la Historia de la Lengua a la Sociolingüística y la Crítica literaria sobre la literatura en todas sus épocas y géneros, fue académico y director de la Real Academia Española (1988-1991), , a la que perteneció desde 1975, ocupando la silla T. No dejó de profesar la fe católica hasta su muerte, por lo que es un hecho concreto de que ciencia y fe católica son compatibles en la España del Siglo XX. La documentación sobre su vida y actividad está en la web Cervantes Virtual.
En el año 1945 es nombrado profesor encargado de Cátedra de la Universidad de Salamanca, y al año siguiente se doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, con la calificación de «Sobresaliente» y Premio extraordinario. Miembro de número de la Real Academia de la Historia (desde 2000) y de otro sinfín de instituciones académicas y culturales de España y del extranjero. Docente regular o extraordinario de Lengua y de Literatura españolas en la mayor parte de los países de América a Japón, China o Corea del Sur, lo principal de su magisterio lo ejerció en las universidades españolas de Salamanca, Granada, Autónoma de Madrid y Complutense. Fundó y dirigió durante más de treinta y cinco años consecutivos el Curso Superior de Filología de Málaga, dependiente del CSIC, así como el curso de OFINES en el Instituto de Cultura Hispánica (hoy Agencia Española de Cooperación Internacional). Fundó revistas de la especialidad, como Lingüística Española Actual, y dirigió otras, como la Revista de Filología Española. Perteneció a innumerables asociaciones profesionales, algunas de las cuales dirigió o fue presidente de honor, participó, organizó, presidió congresos por todo el mundo. No menos de veintiocho universidades de muy diversos países europeos y americanos se honraron nombrándolo Doctor Honoris Causa, entre ellas la Universidad de Alicante. Se le concedieron prestigiosos premios científicos (Fundación Juan March, CSIC, Menéndez y Pelayo, Menéndez Pidal, Premio Nacional de Literatura, etc.), así como numerosos honores y distinciones (hijo adoptivo de varias ciudades, medallas de oro de Zaragoza y de Andalucía, etc.).
Dirigió más de doscientas tesis doctorales, por lo que tiene discípulos académicos por todo el mundo. Por su actividad científica publicó más de ciento cincuenta libros publicados y más de seiscientos artículos. Sería Víctor García de la Concha en ABC quien daría cuenta de su extremada religiosidad:
“Sé también que a él, tan creyente, no le disgustará que empareje su recuerdo al de la Virgen de agosto, en vísperas de cuya fiesta nos dejó. Él había hecho del trabajo al servicio de la Lengua española una religión. La vocación -si se me permite continuar la alegoría- le llegó casi niño de mano del viejo maestro José Manuel Blecua en las aulas del instituto de Zaragoza donde compartía pupitre con Fernando Lázaro Carreter, Félix Monge y Gustavo Bueno. Universitario de Salamanca y discípulo allí de Alonso Zamora Vicente, comenzó muy pronto, durante los veranos, el estudio de campo del dialecto del alto Aragón. Era el punto de partida de miles y miles de leguas en una peregrinación por tierras y mares del español, que sólo la muerte ha interrumpido.
Como testimonio y fruto de ella nos quedan centenares de trabajos, libros y artículos. Sobresalen en esa lista, de por sí eminente, los volúmenes del «Atlas Lingüístico de la Península Ibérica», ya completo, y la obra en marcha, con todo el trabajo de campo terminado de «El Español de América», que ocupará trece grandes libros. Sólo Dios, y Elena, su mujer, saben los esfuerzos y padecimientos que ello comportó. Recuerdo, por ejemplo, a Alvar enfermo meses y meses de picaduras de insectos tropicales: «Gajes del oficio», se limitaba a decir. Compulsivo en el trabajo, Alvar se dedicaba a él en cualquier situación. Un desplazamiento de varias horas por el Amazonas le dio tiempo para corregir pruebas de un libro que tenía en imprenta; pero, a la vez, para tomar notas de la nomenclatura de fauna y flora de los lugares por donde pasaba, y de expresiones y costumbres de los indígenas”.