Pascual Galindo Romeo (1892 – 1990) fue un sacerdote maño, español, humanista y docente español, especializado en el estudio de la historia de Aragón. Enseñó en varias universidades de España y fue canónigo de la catedral de Tuy. Se especializó en toponimia y comenzó a estudiar la Marca Hispánica. Lo traigo a colación porque se cumple el 80 aniversario de Editorial CSIC, que resulta ser la editorial española que más y mejores revistas científicas tiene en nuestro país. Pues bien, que el CSIC y Editorial CSIC lo fundamos católicos – en concreto José Ibáñez-Martín, de la Asociación Católica de Propagandistas- debería ser sabido, pero que Pascual Galindo Romeo fue el primer director fundador en 1945 de la revista científica del CSIC Hispania Sacra, tal vez no lo sea tanto, revista que ha recogido hasta hoy las investigaciones sobre historia religiosa ajustándose a la orientación de la historiografía y evolucionando con ella.
Pascual Galindo Romeo además de ser un antídoto contra la historiografía laicista que dice sin base científica que la Iglesia Católica ha sido enemiga de la ciencia en la España del siglo XX, una de las bases de la leyenda progre, lo es también por ser fundador de una revista científica de alto nivel que todavía sigue publicándose, y que fue creada en una época en la que muchos intelectuales exiliados del Madrid del Frente Popular iban por el mundo diciendo que en España se había aniquilado la ciencia.
Dice de él el insigne historiador católico padre Vicente Carcel Ortí en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de Historia:
“Galindo Romeo, Pascual. Cadrete (Zaragoza), 19.IX.1892 – Zaragoza, 1.XI.1990. Canónigo e historiador.
Cursó sus estudios eclesiásticos primero en el seminario de Belchite y después en el pontificio de Zaragoza. En 1910 marchó a Roma como alumno del Pontificio Colegio Español de San José, donde permaneció hasta 1914, y en la Pontificia Universidad Gregoriana se doctoró en Teología. Siendo alumno de dicho colegio obtuvo la Medalla de Oro, concedida por san Pío X al mejor alumno. Al regresar a España, consiguió la licenciatura en Filosofía y Letras en 1917 por la Universidad de Zaragoza, y en 1921 el doctorado por la Universidad Central de Madrid con una tesis sobre la Colección diplomática de Alfonso el Batallador (1101-1134). Amplió también estudios históricos en la Sorbona de París y en L’École de Chartes, obteniendo años más tarde la cátedra de Historia de la Universidad de Zaragoza, de la que llegó a ser vicerrector y director del Instituto de Filosofía Antonio de Lebrija, así como vicedirector del Instituto de Historia Eclesiástica Enrique Flórez del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. Fue, asimismo, director del internado Generalísimo Franco y del instituto Ramiro de Maeztu de Madrid; miembro de la Academia de Arqueología de Bélgica y de la Academia Gallega.
En Zaragoza fue beneficiado de concordato del templo metropolitano del Salvador, con el cargo de auxiliar del canónigo archivero. La Santa Sede le distinguió con el título de prelado doméstico de Su Santidad. En el año 1948 fue nombrado dignidad de chantre de la catedral zaragozana. La diócesis de Tuy‑Vigo le honró con el título de canónigo honorario de su Cabildo catedral. Fue galardonado en muchos certámenes con varios premios. Tradujo y comentó algunos textos de autores clásicos latinos y documentos pontificios de Pío XII y Juan XXIII y del Concilio Vaticano II.
Obras de ~: La Facultad de Teología de Estrasburgo, Santiago, 1923; Sos en los siglos XI-XII, Zaragoza, Universidad, 1924; con F. Alcayde, El léxico latino valenciano de D. Jaime de Aragón, Zaragoza, 1924; Eteria, religiosa galaica del siglo IV. Itinerario a los Santos Lugares, Zaragoza, 1924; Viam ad Latium, Zaragoza, 1924; Literatura latina, Zaragoza, 1927; La Biblioteca de Benedicto XIII, Zaragoza, Universidad, 1929; Reconstrucción del cantoral del Pilar, Zaragoza, 1934; La Virgen del Pilar y España: Historia de su devoción y su templo, Zaragoza, Publicaciones de la Junta del XIX Centenario de la Virgen del Pilar, 1939; con C. H. Lynch, La diplomática en la Historia Compostelana, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1945; San Braulio, obispo de Zaragoza, su vida y sus obras, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1950; Pío XII. Decenio glorioso 1939-1949, discurso pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona el 2 de abril de 1949, Barcelona, 1949; Colección de encíclicas y documentos pontificios, Madrid, Junta Nacional de Acción Católica, 1967.
Bibl.: A. Cañellas López, En recuerdo de un aragonés de nuestro tiempo: Pascual Galindo Romeo, sillar de nuestra historia, Zaragoza, Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, 1990.
Vicente Cárcel Ortí”.
En el Artículo sobre Pascual Galindo Romeo publicado en la Gran Enciclopedia Aragonesa se indica que:
Enseñó latín clásico y medieval a muchas generaciones a las que infundió amor y respeto por la cultura clásica; no menos hizo con la historia medieval aragonesa; fue experto consumado en Paleografía, en Numismática, en Epigrafía, difundió su mensaje entre discípulos hoy muchos de ellos catedráticos, compartió siempre con alumnos sus pensiones oficiales. Organizó un positivo homenaje al maestro Fincke en el octogésimo aniversario de su nacimiento. Galindo siempre se tuvo por discípulo de Andrés Giménez Soler, pero superó a éste en la creación de discípulos directos, fundó para ello la revista Zurita, desaparecida entre la incomprensión e indiferencia de sus colegas; clamó en vano por que no perdiera Aragón la biblioteca y archivo creados en Cogullada, hoy irremisiblemente dispersos; hizo acto de presencia con sus alumnos aragoneses en el Archivo de la Corona de Aragón a sus propias expensas y con alguna modesta subvención oficial; exaltó el tesoro de Tapices de la catedral zaragozana ya en 1918, que tanto costó exponer al público. Fue un enamorado de Zaragoza, estudioso de las piedras de la muralla romana, de la planta primitiva, de la villa de Cortada en el Gállego; coleccionó el diplomatario de Alfonso I; escribió mucho sobre la rica historia eclesiástica de Zaragoza, sobre los monumentos artísticos de La Seo en el siglo XV, sobre el breviario y ceremonial cesaraugustano, sobre la monja gallega Eteria y su peregrinación a los Santos Lugares, sobre los Beatos visigóticos, y no regateó esfuerzos para conocer a fondo el archivo de protocolos notariales de Zaragoza, los de Sos y otros muchos aragoneses, los fondos hispanos de la Biblioteca Nacional de París, la estupenda biblioteca capitular zaragozana más tarde depredada.
Sus raíces latinas, su estilística latina, su Via ad Latium, sus explicaciones singulares desde su cátedra sobre textos latinos, desde la Ley de Doce Tablas, el monumento de Ancyra, los hexámetros de Virgilio, el difícil Lucrecio, los estupendos comentarios y traducciones del latín cristiano, fueron privilegio para varias generaciones de discípulos. Magnífico estilista del latín clásico, fue epigrafista consumado.
En el bimilenario de Augusto que dio nombre a Zaragoza fue artífice de las fiestas de la ciudad: y logró para ella como «monumento más duradero que el bronce», la réplica del Octavio Augusto regalado por Mussolini al ayuntamiento de esta ciudad.