Eduardo Agosta Scarel, O. Carm. es director del Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española (CEE)
Los pueblos del Mediterráneo español son resilientes: saben por experiencia que las Depresiones Atmosféricas de Niveles Altos (DANA) son fenómenos climáticos adversos que, de vez en cuando, golpean a sus habitantes con riadas memorables, en las que se pierden trágicamente vidas humanas y cuantiosos bienes materiales, que son lo menos importante.
Quizás por eso, la DANA de la noche del 29 de octubre, cuya severidad sorprendió a los habitantes de Valencia, generó a las pocas horas, al despuntar el día, un estallido de solidaridad. Miles de españoles, venidos de muchos lugares, comenzaron a empuñar palas, cubos y cepillos, y no dudaron en ayudar a los damnificados con toda clase de labores, desde la limpieza de casas y calles, hasta la remoción de coches apilados en los portales, y la provisión de comida, agua y medicamentos. No era posible quedarse en casa viendo cómo los vecinos tragaban barro, bloqueados en el amasijo de los restos desgajados por los masivos desbordes. Así lo confirmaron, con el correr de las horas, las imágenes que rápidamente comenzaron a multiplicarse por la televisión y redes sociales, haciendo patente la dimensión de la catástrofe.
Al momento de escribir esta nota (3 de noviembre), oficialmente se contabilizaban más de 210 pérdidas humanas y cientos de desaparecidos. Las cifras y las imágenes encogen el corazón.
Como climátogo de profesión me pregunté sobre la singularidad de este fenómeno, más allá de otras posibles causas que pudieran haber contribuido a la desgracia. La singularidad se define según la climatología de cada región. Que haya habido registros de precipitación mayores a 180 litros por metro cuadrado en 1 hora, o un acumulado diario superior a los 770 litros por metro cuadrado (como en Turís, seguido de Chiva) corriente arriba de torrentes y barrancos ese 29 de octubre [1], en donde la climatología muestra acumulados anuales medios en torno a 500 litros por metro cuadrado, es ciertamente una singularidad en la precipitación de la región.
Uno de los factores clave que contribuyen a la intensidad singular de las tormentas asociadas a una DANA es el contenido de humedad de las parcelas de aire que conforman los sistemas de tormenta. El principal proveedor de humedad en Levante es el Mediterráneo, cuya temperatura este otoño es muy superior a lo típicamente esperado. Hace tiempo que los climatólogos observamos con preocupación el calentamiento anómalo del Mediterráneo.
Este mar actúa como un gran inyector de humedad —que incrementa la energía potencial convectiva disponible—, la cual, con cualquier mecanismo de inestabilidad vertical —como el provisto por una DANA—, puede desencadenar procesos intensos de convección profunda, con la consecuente condensación de enormes volúmenes de vapor de agua, ayudados por la orografía y la convergencia de vientos del este cargados de humedad en niveles bajos.
Por otra parte, hay estudios que indican que, a nivel hemisférico, en las últimas décadas, las DANAS se han incrementado en frecuencia de ocurrencia. Sin embargo, esto afectaría más la parte oriental del Mediterráneo (Italia, Grecia) y cualquier cambio en este sentido es casi inobservable en nuestra región [2]. Es decir, sigue habiendo tantas DANAS como nuestra memoria recuerda. En consecuencia, es muy probable que el motor principal de esta singular DANA sea el calentamiento anómalo de las aguas del Mediterráneo. Ya llegarán los estudios refinados para adjudicar con detalle científico las causas físicas del fenómeno y su atribución al cambio climático; no obstante, la primera evidencia apunta en este sentido.
Este dramático acontecimiento de la naturaleza nos revela dos cosas. Primero, a pesar de nuestras creencias, estamos lejos de estar bien preparados para mitigar y adaptarnos a las consecuencias adversas de un clima que está cambiando. Segundo, es absurdo pretender ignorar las advertencias precautorias del conocimiento científico sobre un problema tan complejo como es el clima y sus derivados. La realidad se impone.
Como aprendizaje, si se pudiera hablar de ello todavía, y con sumo respecto a todos los que están sufriendo esta catástrofe, me resonaban en lo hondo las palabras del Papa Francisco, en ocasión del Día de la Tierra del 2021, después del duro golpe de la pandemia:
«Dios perdona siempre, los hombres perdonamos de vez en cuando, la naturaleza no perdona más. Esta destrucción de la naturaleza es muy difícil frenarla, pero todavía estamos a tiempo. Y vamos a ser más resilientes cuando trabajemos juntos en lugar de hacerlo solos. La adversidad que estamos viviendo con la pandemia, y que ya en el cambio climático la sentimos, nos ha de impulsar, nos tiene que impulsar a la innovación, a la invención, a buscar caminos nuevos. De una crisis no se sale igual, salimos mejores o peores. Este es el desafío, y si no salimos mejores vamos por un camino de autodestrucción». [3]
Ojalá que este bendecido país encamine todos sus esfuerzos por el lado de ser mejores, y que esta catástrofe sufrida por los hermanos del Levante español nos aúna aún más.
Referencias
[1] Datos provistos por la red de observaciones meteorológicas de AVAMET y confirmados por AEMET..
[2] Muñoz y colaboradores, 2020. A Midlatitude Climatology and Interannual Variability of 200- and 500-hPa Cut-Off Lows. Jou. of. Clim.
[3] Videomensaje del Santo Padre Francisco con ocasión del Día de la Tierra, 2021.