Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia celebra hoy, domingo del Buen Pastor, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas con el lema Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros.
Todos los días hemos de interrogarnos por el sentido de nuestra vocación, por la fuente que brota desde el Costado de Jesús hasta lo más íntimo de nuestro ser, por los frutos de la misión que Dios ha puesto en nuestras manos.
Esta jornada de oración nos invita a entrar en lo más profundo de nuestro ser y, al mismo tiempo, desean suscitar en nosotros una respuesta al seguimiento de Cristo, así como invitar a toda la comunidad cristiana a orar por las vocaciones y para su necesario acompañamiento y sostenimiento.
Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros. Este lema, que nace de la oración del Padrenuestro, recuerda a un Dios providente que –tal y como destaca la Delegación de Vocaciones de la Conferencia Episcopal– «busca nuestro bien» y, como María, nos alienta a «unirnos a ese plan, en escucha y obediencia, hasta decir “Hágase en mí según tu Palabra”». Asimismo, como discípulos y misioneros del Maestro, somos enviados por Él a vivir y anunciar el Evangelio, «siempre aprendiendo y siempre enviados».
Jesús es el pastor que viene a buscar al rebaño que el Padre le ha confiado. Y si el Señor es nuestro pastor y con Él nada nos falta (cf. Sal 22), ¿acaso no es esta la razón primera de nuestra esperanza? Él llevó nuestras debilidades y caídas en su propio cuerpo sobre el madero y nos sanó con sus heridas (cf. 1 Pe, 24-25) por una sola razón: para hacernos hijos predilectos. ¿Cómo? Cuidando de nosotros, defendiéndonos en los peligros, acompañándonos cuando más duele la prueba, entregándose hasta el último aliento y dando su propia vida para que vivamos con Él y para Él.
La mansedumbre del Señor, quien conoce a las ovejas por su nombre y cuida con ternura de cada una de ellas como si fuera la única, recuerda la necesidad de las vocaciones sacerdotales, de personas dispuestas a dejarlo todo para anunciar y celebrar el mensaje de gracia y salvación, ofrecer la vida de Jesús, predicar su palabra, acompañar al herido, consolar al triste, dar de comer al hambriento y ser llama de amor viva en el mundo: tanto es el amor del Buen Pastor por nosotros que, tras llegar a casa después de una dura jornada de trabajo, se da cuenta de que le falta una y sale a buscarla hasta encontrarla y volver a casa con ella sobre sus hombros (cf. Lc 15, 4-5).
Decía San Juan Pablo II que, «desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, el Sacramento de la Eucaristía ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza» (EdE 1). Si la Iglesia vive de la Eucaristía, toda la Iglesia está concernida en que este misterio pueda ser habitualmente celebrado en todas las partes del mundo. Por eso, la oración que el Señor nos invita a realizar para que «el dueño de la mies envíe operarios a su mies» (cfr. Mt 9, 38) incumbe a toda la Iglesia. Todos sus miembros, cada uno según su propio carisma, debemos colaborar en suscitar las vocaciones al ministerio ordenado para que este sacramento sea siempre celebrado; cuidar su crecimiento y formación; y después, ya ordenados, acompañar y sostener su vida y ministerio.
«Rezar no es pensar mucho, sino amar mucho», decía santa Teresa de Jesús. Y esta jornada de oración nos anima a amar mucho, tanto en las comunidades que tenemos más cerca como en los territorios de misión donde la llama de la vocación permanece encendida, pese a los diversos impedimentos que puedan aparecer bajo el barro de esas tierras.
Todos somos discípulos y misioneros y, por tanto, enviados a llevar el corazón del Buen Pastor allí donde Él desea que vivamos nuestra fe.
Hoy, con María, decimos que sí al plan de Dios, para que se haga en nosotros según su Palabra y para que, cuando más nos cueste creer, pongamos en la oración la razón de nuestra alegría: «Aférrate a María como las hojas de la hiedra se aferran al árbol; porque sin nuestra Señora no podemos permanecer» (Madre Teresa de Calcuta).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.