La Comisión Episcopal para la Vida Consagrada nos ofrece como modelo contemplativo a dos mujeres de nombre María, con motivo de la celebración de la solemnidad de la Santísima Trinidad, el domingo 26 de mayo. Ese día, la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus en la que recordamos con gratitud en nuestra oración a aquellos que han consagrado su vida por entero a vivir a la luz del misterio eterno, y particularmente, en nuestra diócesis, a los monjes y monjas de los 8 monasterios.
La primera de ellas es la Madre de Dios, la Virgen María. La segunda, la hermana de Marta y de Lázaro, vecinos de Betania a los que el Señor honraba con su amistad. Las dos están cerca de Jesús en momentos alegres, pero también cuando imperan las sombras del dolor y el sinsentido. La Madre estuvo a su lado en las bodas de Caná, pero también al pie de la cruz mientras agonizaba. Contemplar la entrega total de su Hijo al Padre, la afianzó sin duda en el cumplimiento de la voluntad de Dios, convirtiéndose en la madre de unos discípulos cobardes y traidores y de una Iglesia huérfana. La otra María estuvo al lado del Maestro en los momentos de asueto en que visitó a su familia, provocando, eso sí, los recelos de la activa Marta. Pero también estuvo a su lado en el momento final, aprendiendo también la lección de la entrega a la voluntad divina.
Las dos Marías se convierten, pues, en iconos perennes para los consagrados contemplativos, ejemplos eximios de la vocación contemplativa en la Iglesia. La celebración de esta Jornada nos invita a dar gracias a Dios por estos hombres y mujeres que han hecho de la actitud orante propia de todo cristiano, pero carisma y ministerio especial de los contemplativos, la regla y medida de todas las cosas. En efecto, la ley que rige en los monasterios surge de las entrañas del Evangelio: contemplar al Dios que responde a los sueños más profundos del hombre, pues es verdad, bondad y belleza.
Deseosos de verdad, admiramos y aprendemos de aquellos que, venciendo los obstáculos del escepticismo y el relativismo, se encuentran cada día con el que se ha presentado como la verdad. Anhelantes de bondad, nos seducen aquellos que, superando una cultura que entroniza la mediocridad y hasta el mal, siguen fielmente el camino de las bienaventuranzas. Hartos del mal gusto, aplaudimos y pisamos las huellas de aquellos que gozan contemplando en la penumbra el rostro hermoso del Señor transfigurado.
Verdaderamente, los contemplativos nos enseñan el verdadero discipulado pues, al mirarnos en el rostro de Cristo como ellos hacen, dejamos de considerar nuestro propio interés para acoger la voluntad del Padre. De los contemplativos aprendemos que quien pone sus ojos en Cristo con serenidad y sinceridad, no puede dejar de mirar lo que él mira, y de caminar por donde él camina. ¿En qué detenía su mirada Jesucristo? En todo, pues en todo veía la huella del Padre, pero especialmente detenía su mirada en los pecadores, en los pobres y excluidos, en los huérfanos, en los enfermos. Y, ¿hacia dónde caminaba? Su horizonte era el Padre.
En definitiva, contemplando el rostro de Cristo, aprendemos a decir “¡hágase tu voluntad”, tal como reza el lema de este año. También es verdadera la afirmación inversa, muy significativa para los de vida activa: que haciendo la voluntad de Dios aprendemos a contemplar su rostro.
Para concluir, quiero pediros oraciones para que, con la iluminación del Espíritu Santo, se encuentren soluciones a los problemas surgidos en el monasterio de clarisas de Belorado. Y que este episodio no nos lleve a minusvalorar la vida contemplativa y a los que la viven. Que así sea.