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Dignidad infinita

El 2 de abril de este mismo año, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe presentaba la declaración “Dignitas infinita” sobre la dignidad humana, un documento en cuya elaboración intervinieron muchos expertos a lo largo de cinco años y que cuenta con la aprobación del Papa Francisco. Además de exponer los múltiples atentados contra la vida humana, la declaración expone la doctrina de la Iglesia católica referida a estas situaciones. El texto sostiene que no es posible separar “la fe de la defensa de la dignidad humana”. Indica, además, que cada persona posee una dignidad ontológica por el mero hecho de existir, de haber sido creada y amada por Dios. Por eso mismo “no puede ser nunca eliminada” ni maltratada pues, atentar contra la vida se opone a la dignidad humana.

Desde el punto de vista de la revelación cristiana, tenemos un claro referente en Jesucristo. Los evangelios están plagados de episodios en los que muestra su respeto por todas las personas, independientemente de las circunstancias ambientales y personales en que se encuentran. En un contexto en el que los discapacitados no contaban para nada, Jesús curó al que llevaba años esperando entrar en la piscina probática (cf. Jn 5, 1-16). A pesar de que los enfermos de enfermedades contagiosas eran excluidos, Jesús curó a los diez leprosos (cf. Lc 17, 11-19). Cuando las mujeres apenas contaban para nadie, perdonó a la adúltera, inicialmente condenada a morir lapidada (cf. Jn 8, 1-11)…

Afortunadamente, son muchas las situaciones en que la dignidad humana, antes menospreciada, se ha visto mejorada. Pero, como la declaración evidencia, son todavía múltiples los atentados que sufre. El Dicasterio alude, en primer lugar, a la pobreza, de la que dice que es “uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos” y que va ligada a la desigual distribución de los bienes.

Se refiere también a la guerra, los atentados terroristas y el crimen organizado, y dice que atentan contra la dignidad humana a corto y largo plazo. Aun reafirmando el derecho inalienable a la legítima defensa -dice-, “la guerra siempre es una derrota de la humanidad”. Por otra parte -asegura- no resuelve los problemas, sino que los aumenta. La declaración se refiere asimismo a los migrantes, las primeras víctimas de las distintas formas de pobreza, y cuyas vidas son puestas muchas veces en peligro al no tener los medios necesarios para crear una familia, trabajar y alimentarse.

El documento hace una condena explícita de la trata de personas, por la grave violación de la dignidad humana que supone. Anexos a la trata van otra serie de atentados contra la dignidad como el comercio de órganos y tejidos humanos, la prostitución, el trabajo en condiciones de esclavitud, el tráfico de drogas y de armas… La declaración condena también algunos atentados contra la dignidad de las mujeres. Uno de ellos es la maternidad subrogada que viola la dignidad de la propia mujer puesto que “se desvincula del hijo que crece en ella y se convierte en un mero medio al servicio del “deseo arbitrario de otros”. Por supuesto, esta acción ofende también la dignidad del hijo que se ve convertido en un “mero objeto”, “un producto comercial”. Con más firmeza aun, condena el aborto que elimina una vida humana.

A propósito de la eutanasia, afirma que el sufrimiento no hace perder al enfermo la dignidad que ha de respetarse siempre y que el ser humano, incluso con discapacidad, conserva su dignidad. Más polémica es la inclusión en este elenco de la ideología de género y el cambio de sexo. Afirma que la vida es un don de Dios, también el cuerpo y que ha de acogerse como tal, sin querer suplantar al creador. Finalmente, anotamos la condena contra la dignidad humana que supone la violencia sexual y la digital, tan de moda actualmente.

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