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Domingo de Ramos

Queridos diocesanos:

Con la procesión de los ramos y la aclamación de Jesús como rey —«Bendito el que viene en el nombre del Señor»— comenzamos con plena solemnidad la semana grande de los cristianos, nuestra Semana Santa. En ella conmemoraremos todos los acontecimientos que Cristo vivió y todo lo que sufrió por nosotros para redimirnos de nuestro pecado.

La liturgia de este día resume el verdadero sentido de la semana que comenzamos: por una parte, proclamamos hoy a Cristo como rey, como el que viene en el nombre del Señor. Por eso, aquellos niños hebreos lo aclamaban con palmas y ramas de olivo diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el Rey de Israel! (Jn 12, 13).

Este es el significado de esta celebración hasta la lectura del Evangelio, cuando leemos la Pasión del Señor. A partir de ese momento estamos proclamando el tipo de reinado de Cristo, que es un reinado desde el servicio, desde el amor y la entrega en la cruz, porque precisamente Cristo redime al hombre haciéndose uno de nosotros, no haciendo alarde de su categoría de Dios, sino despojándose de su rango y tomando la condición de esclavo. Y de tal manera se va a rebajar que se somete incluso a la muerte y una muerte de cruz. (Cfr. Flp 2, 6-9).

Cristo, al que los que lo acogieron en Jerusalén lo aclamaron rey de Israel, y nosotros hoy lo aclamamos nuestro rey; es un rey que reina desde la cruz porque, desde ella, desde su entrega a la muerte en cruz, va a redimir al mundo de todos los pecados.

El que Cristo reine en el corazón de todos los redimidos y lo haga precisamente desde la entrega y muriendo en la cruz pide hoy de nosotros una doble actitud a vivir en nuestra vida:

Que lo recibamos y queramos que él sea nuestro rey y, para ello, que lo aceptemos en nuestra vida a Él personalmente, dejando que entre en nuestra vida, que no lo marginemos, sino que lo dejemos ocupar el lugar que debe corresponderle en nuestra vida como sus seguidores.

El que Cristo sea nuestro rey quiere decir que aceptemos y vivamos nosotros también tratando de encarnar y vivir en nuestra vida las características de este reinado, el amor a fondo perdido por los demás, el servicio a los que nos necesiten, la entrega de nuestra vida para ofrecer a otros el testimonio de nuestra fe, para que, viendo nuestras buenas obras, ellos se animen a seguir a este Cristo que reina desde la entrega y desde la cruz.

Por otra parte, la contemplación en estos días de la Semana Santa, especialmente de la persona de Jesús, que siendo el Hijo de Dios es capaz de entregarse por nosotros para redimirnos, es capaz de morir condenado a la muerte en cruz, como los peores malhechores; debe suscitar en nosotros dos actitudes importantes a vivir siempre en nuestra vida como seguidores suyos, pero de forma especial en estos días:

Una actitud permanente de adoración: porque no es un cualquiera el que muere por la salvación del mundo, es Cristo, el mismo Hijo de Dios que por cumplimiento a la voluntad del Padre y por amor a los hombres es capaz de dar la prueba más grande de amor de una persona por otra, entregar su vida por amor.

Cuando vengamos a celebrar la liturgia del Triduo Santo de la Muerte y la Resurrección de Cristo, lo mismo que cuando lo acompañemos en las procesiones de estos días, hemos de venir con una actitud de adoración al Señor que, siendo Hijo de Dios, se ha hecho uno de nosotros, y ha muerto en la cruz para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, y decirle muy desde el corazón: «Te adoro mi Dios y mi rey, mi Señor y redentor».

Otra actitud con la que vivir esta Semana Santa es la de la gratitud hacia el Señor: gratitud porque, siendo nosotros pecadores, Él ha sido capaz de morir por nosotros. «Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13) nos ha dicho en el evangelio. Él entrega su vida por cada uno de nosotros y, además, nos tiene por sus amigos, porque de su parte no se puede demostrar mayor amor.

Y otra actitud importante con la que vivir estos días es el amor, porque amor con amor se paga. De ninguna manera vamos a equipararnos a su amor, pero sí vamos a saber acoger su amor misericordioso y acercarnos a Él para que Él nos perdone porque nos espera con los brazos abiertos.

Feliz Semana Santa para todos.

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