Tras una vida llena de golpes muy duros, este joven se encontró con Jesús y pidió el Bautismo. De los primeros en formarse con el nuevo catecismo de adultos de la CEE Buscad al Señor, se convertirá en Pascua en uno de los 3.000 adultos que cada año reciben los sacramentos de iniciación cristiana en España. El turno de Iván, de 18 años, será en 2025
La vida de Eduardo Peys, como el tiempo de la historia, se divide en dos partes bien diferenciadas: antes de Cristo y después de Cristo. Su encuentro con el Señor fue hace poco más de un año. No opuso resistencia, cayó ante la evidencia el 8 de octubre de 2022, y ahora apura la preparación para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Será durante la Pascua, en la catedral de Getafe: se bautizará, se confirmará y hará la primera comunión. Es uno de los primeros catecúmenos que está utilizando el nuevo catecismo de adultos Buscad al Señor, elaborado por la Conferencia Episcopal Española (CEE) y publicado por EDICE. Un instrumento que pretende dar respuesta a una realidad creciente en nuestro país: la de los adultos que se acercan a la Iglesia a pedir los sacramentos. Según explica a ECCLESIA Francisco Romero, director de la Comisión para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la CEE, cada año se bautizan en nuestro país en torno a 3.000 adultos, una cifra que se ha multiplicado en los últimos años. La trayectoria ascendente de otros países más secularizados que el nuestro, como es el caso de Francia, indica que la tendencia seguirá en aumento.
A Eduardo, el mensaje de Jesús le inundó con 32 años. No fue bautizado de pequeño, aunque iba a Misa habitualmente en su Chile natal. Sus circunstancias familiares provocaron que se alejara de Dios, aunque eso no impidió que conversara con Él. Lo culpaba y desafiaba, pero hablaba con Él, al fin y al cabo. «Mi madre me abandonó, y mi madrastra, la que yo pensaba que era mi madre, me maltrataba», narra. Por si no fuese suficiente con eso, con tan solo 14 años, un vecino le contó que su madre no era realmente su madre, y sí una mujer que pasaba todos los días delante de su casa y lo saludaba. Descubrió también que tenía una hermana. «Lo pagué con Dios. Me enfadé y lo alejé de mi vida. Al mismo tiempo, caí en depresión. Estuve meses sin hablar con nadie», explica.
A principios de 2023, dije a Dios que me rendía, que no sabía que quería de mí, pero que confiaba en Él
Eduardo Peys. Recibe los sacramentos de la iniciación cristiana en Pascua
Nos encontramos con Eduardo al concluir la Eucaristía de una tarde fría de diciembre en la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora, en San Martín de la Vega, un pueblo al suroeste de la Comunidad de Madrid y diócesis de Getafe. El templo está lleno de gente de mediana edad. El primer anuncio y la catequesis que se lleva haciendo aquí desde hace años da frutos. Eduardo está en España porque no pudo soportar la situación familiar. Con aquellos 14 años, siendo todavía un adolescente, decidió trasladarse aquí para vivir con una tía —quiere que ella sea su madrina—. Consiguió la autorización de sus padres —se puso por primera vez cara a cara con su auténtica madre— y se fue. No ha vuelto.
«Aquí aprendí a sobrevivir. Me pasaban cosas malas, pero me hice fuerte ante la adversidad. Culpaba a Dios y, cada vez que me pasaba algo malo, lo volvía a hacer. Le decía: “Me lo pones difícil, pero no puedes contra mí”». Entre esas desgracias de las que habla se encuentran los doce años que tardó en poner en regla su situación administrativa, con dos estafas incluidas, trabajar sin papeles por apenas 30 euros o que lo dejasen tirado en un hospital tras un accidente laboral.
Conocer a su pareja, hace una docena de años, fue un punto de inflexión. Con ella, Judit, se casará el próximo año. Pero no todo fue un camino de rosas: al principio su situación, lejos de mejorar, empeoró. Judit sufrió acoso en el trabajo y entró también en depresión. Tocó fondo, reconoce Eduardo. Fueron años complicados, donde experimentó que, a diferencia de todas las dificultades anteriores, ahora no podía hacer nada. Se sentía completamente impotente ante el sufrimiento de la persona que más quería.
Y ahí es donde entra Dios. La primera señal del Cielo llegó por parte de su suegro, que le narró, tras un viaje a Tierra Santa, su propio encuentro con Jesús. «Volvió cambiado. Aunque no me creí lo que dijo, pensé que se le había subido el incienso, me desconcertó la mirada. Era distinta, le brillaban los ojos», explica el joven. Este, acontecimiento, sin saberlo, tendría su importancia poco después. «Judit tuvo un brote muy fuerte y, en un momento de gran desesperación, salí de casa de madrugada y acabé en la iglesia, sentado en un banco exterior y mirando la cruz», Eduardo nos acompaña hasta ese lugar y lo señala con emoción: «Ahí le pedí a Dios que la ayudara. Y acabé ahí por aquella mirada de mi suegro».
Después de ese episodio, los padres de Judit la invitaron a unas catequesis de Confirmación en la parroquia y él la acompañó. No perdía nada. Con el paso de las sesiones y la experiencia, con los testimonios que pasaron por allí —un hombre que lo tenía todo y se sentía vacío o una mujer que había sufrido abandono—, vio que Judit mejoraba, que empezaba a recuperar la alegría. Al mismo tiempo, a él se le estaban empezando a remover cosas: «Me hablaban de amor y yo no podía amar después de todo lo que había sufrido».
Las lágrimas y otros pequeños signos —la serie The Chosen y, en ella, las palabras de Jesús a María Magdalena o la homilía sobre el perdón del párroco, Jesús Úbeda, un día que se acercó a Misa— le fueron venciendo: «Fue a principios de febrero de 2023, cuando le dije a Dios que me rendía, que no sabía qué quería de mí y que me dolía el corazón, pero que confiaba en Él». Tras alguna que otra conversación con el párroco sobre su incapacidad para perdonar y asumir que era un proceso que lleva tiempo, le pidió el Bautismo.
—Eduardo: es un camino largo…— dijo el sacerdote.
—Perdone si sueno maleducado, pero no le he preguntado cuánto voy a tardar, sino qué tengo que
hacer— contestó.
A Úbeda le gustó la respuesta y ahí comenzó su camino hacia el Bautismo. Lo hizo a través de varias realidades. Primero con las cenas Alpha, que lo volvieron a remover, pues el odio no le dejaba ser feliz. De hecho, acabó confesando a sus allegados que su madre no había fallecido, como les había contado. «Mentí por dolor», reconoce. Y en una de esas cenas se dio cuenta de que el amor vence al mal y que rezar por su madre disipó el odio. Tiene pendiente volver a Chile para acercarse a ella. Sí habló con su madrastra, a la que no solo perdonó, sino que volvió a llamar «mamá». Luego fue a un retiro de Emaús, a un curso de Biblia y empezó a asistir a la parroquia. El pasado mes de junio celebró el rito de entrada en el catecumenado, que cierra la etapa del precatecumenado. Ahora va a iniciar un nuevo periodo.
Las etapas, según el Ritual para la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), en el que se fundamenta el nuevo catecismo, son cuatro: al precatecumenado siguen el catecumenado, la purificación e iluminación y la mistagogia.
La primera etapa, el precatecumenado, sirve para que el candidato reciba el kerigma, así como los «elementos básicos y nucleares de la fe», conozca la comunidad cristiana y compruebe si realmente ese es el camino de fe y conversión que quiere seguir. El catecumenado, por su parte, permite consolidar la fe y caminar hacia la conversión. Es el momento de la catequesis, centrada en el Credo y los Mandamientos. En esta etapa se incluyen las celebraciones de la Palabra, los exorcismos menores y las bendiciones. La purificación e iluminación, que coinciden con la Cuaresma, es un tiempo de preparación espiritual. Y la mistagogia, una vez recibidos los sacramentos de iniciación, se corresponde con el tiempo de integrarse en la comunidad, ejercer la caridad y comenzar la práctica. Después de cada una de las primeras tres etapas, se celebra un rito: el de entrada en el catecumenado, el de elección e inscripción del nombre (el primer domingo de Cuaresma) y, finalmente, los sacramentos de la iniciación cristiana (Vigilia pascual).
«Es un proceso, un camino a recorrer con la gracia de Dios. Este proceso requiere una catequesis narrada por un discípulo de Cristo que anuncie la doctrina desde su propia experiencia vivida en la Iglesia; unas celebraciones que vertebren dicho itinerario y en las que la gracia divina se haga presente por medio de ellas», explica Francisco Romero. En el caso de Eduardo, su catequista es Mari Luz Martín Ortega, que se incorpora a la conversación recordando lo que le dijo el párroco al poner bajo su tutela al catecúmeno: «Tú solo tienes que vivir la fe y testimoniarla». «Así que —continúa—, compartimos la fe y la vida, aunque eso no quiere decir que no prepare la catequesis. Es un privilegio, porque me ayuda a renovar la mirada y a recuperar la frescura del encuentro con el Señor». Ella misma vivió un proceso de conversión hace 12 años, aunque sí estaba bautizada y casada por la Iglesia. Fue gracias al acompañamiento del párroco que descubrió la fe. «Era atea en el sentido de que Dios no ocupaba ningún pensamiento en mi vida», apostilla.
En este momento, al leer el catecismo, Eduardo comprueba que todo lo que allí aparece es real, que es posible la felicidad a pesar de las desgracias: «He confiado en Dios y, a medida que pasan los meses, lo único que hace es dejarme claro que está conmigo, que está presente. Lo veo constantemente en la comunidad».
Para su catequista, la fe crece en comunidad. «Nos salvamos en racimo», añade. Por eso, aunque Mari Luz es su catequista, a Eduardo también le hacen bien las conversaciones con otros miembros, con quienes comparte dudas. «Eduardo es un milagro andante y un ejemplo. Porque todos deberíamos seguir su proceso: conocer al Señor y luego pedir los sacramentos y no al revés, es decir, pedir los sacramentos sin tener esa experiencia de Jesús. Y en ese camino, la Iglesia lo acompaña, que es lo que hicieron conmigo. Jesús elige a los doce y convive con ellos, les comunica su ser», explica. A ella le toca acompañar y, por eso, Eduardo es uno más de la familia. Conoce a su marido —«ese hombre es un ángel», dice— y a sus hijos. El fin de semana previo a nuestra conversación, los acompañó a una convivencia de familias.
Con la perspectiva que da el tiempo y la experiencia, la catequista ve en su historia la mano de Dios en varios momentos, incluso cuando el propio Eduardo lo rechazaba. «En un arenal de dolor, siempre veía un granito de oro. Era Dios, que ya había puesto en él su mirada», apostilla.
Y es tal la experiencia de Dios que el catecúmeno ya ha empezado, por decirlo de alguna manera, la misión. Se ofrece a colaborar en la parroquia y va a Misa, pero también testimonia el amor de Dios. Gracias a él, un compañero se ha acercado a Cristo y, por ello, ha vuelto a hablar con su madre. De San Martín de la Vega a Parla apenas hay 25 kilómetros. Está en la misma comunidad, Madrid, y en la misma diócesis, Getafe. Allí nos recibe el vicario de la parroquia de los Santos Justo y Pastor, Juan Luis Valera. En estos momentos, son seis los adultos que están preparándose para los sacramentos. Algunos se bautizarán en 2024 y otros en 2025. En esta segunda tanda lo hará Iván Herráiz Herráez, de 18 años, estudiante de Diseño y Paisajismo. Su historia también está atravesada por una situación familiar muy complicada que le impidió acercarse físicamente a la Iglesia hasta los 17 años. Antes, creció en devoción y fe con su abuela, que incluso le enseñó a cantar gregoriano y recitar oraciones en latín. Reza el rosario desde los 12 años y veía la Eucaristía por la televisión. Una situación difícil, como confiesa a ECCLESIA en su parroquia: «Han sido tormentos muy grandes, pero las cruces me han servido para agarrarme más al Señor». Él, como Eduardo, ya ha terminado el precatecumenado, aunque en su caso no realizará el rito que pone fin a esta etapa hasta el 11 de febrero. Mientras tanto, ya han entrado en la materia del catecumenado. Cuando se bautice, habrán pasado dos años desde que inició todo el proceso. «Es un tiempo muy bonito», afirma Fran Díaz, el catequista, que destaca que, a diferencia de otras catequesis, la de adultos permite el tú a tú, el encuentro personal: «Me tengo que preparar varias catequesis para cada sesión, porque Iván va a pasos agigantados. Aprende muchas cosas». De hecho, la catequesis no es una mera charla, sino una celebración de la Palabra simplificada, con oraciones, lecturas y una explicación.
Además del acompañamiento personalizado, en la parroquia ofrecen a los adultos jóvenes integrarse en uno de los grupos para ellos. A Iván le toca Naim, para jóvenes de 18 a 20 años, como explica Valera: «Está sin bautizar, pero participa exactamente igual que cualquier otro». De hecho, también forma parte del grupo de liturgia. Este verano, además, ha podido ir a la JMJ en Lisboa. «Al venir a la parroquia me di cuenta de que la fe hay que compartirla. Y me ayuda mucho la preocupación de unos por otros», expica el joven. Para Fran, vivir este proceso es un compromiso —«se te ha encomendado una misión»— y un modo de reavivar la fe: «Ver el deseo de Dios que tiene Iván, de conocer y profundizar la fe, es precioso».
Porque este itinerario y catecismo no solo está pensado para aquellos que realizan el catecumenado bautismal, sino también para los bautizados que desean revitalizar la fe, según explica Francisco Romero. «Bien porque necesitan afianzarla o porque se alejaron en un momento de la Iglesia y quieren retomar la vida cristiana», subraya. También esta realidad se vive en la parroquia de Parla, según su vicario: «Tenemos un grupo de confirmación de adultos, que nació porque apareció gente que quería recibir el sacramento. Luego, los que se confirmaron quisieron seguir y ahora, de un grupo de 15, solo dos están preparándose para ella».
En definitiva, la catequesis de adultos busca dar respuesta a la necesidad y al vacío de tantas personas en la sociedad actual. Un vacío que se llena al reconocer la historia de la salvación, cuando Dios se hace presente en el mundo. También, aquí y ahora. Por eso, todo empieza después de Cristo.