En el recorrido por los distintos ámbitos educativos en los que participa la Iglesia, nos detenemos a conocer aquellas realidades que acogen y acompañan más allá del sistema educativo formal
Hay cosas que no se pueden aprender en el colegio, o al menos no en clase. Cómo usar bien el tiempo libre, cómo mirar y acoger al migrante o al preso, cómo contribuir a la sociedad desde la circunstancia de cada uno. Amar la naturaleza y amar a los demás. Entenderse.
En números anteriores de ECCLESIA hemos recorrido colegios y centros de formación profesional —en el marco del Congreso La Iglesia en la Educación, que culmina en febrero—. La Iglesia, en su misión de no dejar a nadie fuera, trabaja también aquellos aspectos de la educación que se escapan al trabajo que puede realizarse en las aulas. Se ocupa del tiempo libre, con iniciativas que nacen de las parroquias o grupos como los Scouts, y de transmitir la cultura.
Un buen ejemplo de ello es lo que hace Juan Cánovas en Totana, Murcia. Él es profesor de Geografía e Historia en el Instituto Juan de la Cierva de la localidad y también Cronista Oficial de la ciudad. Como tal, tiene un conocimiento privilegiado de la historia de Totana, que no se entiende sin la presencia cristiana. Gran parte de los elementos arquitectónicos y artísticos que enseña en clase «surgieron al amparo y aliento de la fe en Cristo», así como muchos edificios ahora históricos se construyeron para ser obras de beneficencia. Lejos de conformarse con el contenido de clase, Juan ha decidido desarrollar el proyecto La Iglesia, eje vertebrador de la esencia histórica de Totana, con el que organiza actividades extraescolares con sus alumnos, los de otros centros y con todo aquel que quiera para conocer, como él mismo dice «la historia viva de un pueblo que ha fundamentado su existencia a lo largo de más de cuatrocientos años». Así, Juan muestra a locales y turistas iglesias, hospitales y hasta el cementerio, para que conozcan lo que ha supuesto la presencia de la Iglesia en el desarrollo urbano y vital de Totana. Pensando en sus alumnos, considera que este proyecto les sensibiliza hacia las necesidades de los demás, les ayuda a disfrutar de lo estético, a respetar al diferente y les educa también «el espíritu para contemplar en las manifestaciones artísticas la mano de Dios, la gracia de sus dones y, con ello, un cuidado minucioso de la naturaleza».
La respuesta de los jóvenes es de inmensa gratitud. Algunos de ellos, tras estas visitas, deciden incorporarse a proyectos de investigación y difusión porque son conscientes, insiste el profesor, «del alcance de enunciar los valores evangélicos en las expresiones artísticas y culturales».
Una segunda oportunidad
La Iglesia también se hace cargo de los que se quedan fuera del sistema. A ello se dedica el Centro Sociolaboral Casco Viejo, del Centro Valero de Zaragoza, con su Escuela de Segunda Oportunidad. Un espacio pensado expresamente para aquellos jóvenes que no han terminado la educación secundaria en el que reciben formación técnica en distintas especialidades para que puedan obtener un certificado de cualificación.
En este centro, es fundamental también la educación en otro tipo de competencias que requieren tiempo: el respeto, la puntualidad, la asistencia, la responsabilidad, el trabajo en equipo, porque, como explica Santiago García, coordinador de la Escuela de Segunda Oportunidad de San Valero, «después de haber estado varios años en la cuerda floja, cuesta cambiar esos hábitos». Más allá de una cuestión de respeto, aprender estos buenos hábitos supone una cuestión educativa fundamental, puesto que devuelven la dignidad a jóvenes que no solo no tienen el certificado de la ESO, sino que tienen problemas de absentismo, de integración en el sistema —y en la sociedad—, con problemas de salud mental. Santiago señala que la mayoría «vienen con baja autoestima, porque arrastran una mochila llena de fracasos».
En estos casos, al margen de la enseñanza de las distintas materias, el acompañamiento personal es fundamental. «Tienen necesidades emocionales, es importante que se sientan acogidos». En el Centro San Valero no hacen una oración matinal —también por respeto a los alumnos de otros credos—, pero les acompañan incluso al médico o a hacer cualquier trámite si hace falta. Curiosamente, lo que más disfrutan los alumnos de esta escuela es el servicio a otros, puesto que «les empodera darse cuenta de que pueden colaborar con otras entidades». Gracias a ellos, por ejemplo, estas Navidades, muchos niños con discapacidades motoras y sensoriales han podido disfrutar de juguetes adaptados a ellos a través de la Fábrica de juguetes, con la que colaboran muy activamente los alumnos de San Valero. El curso pasado estuvieron decorando algunas UCI infantiles. «Cuando conocen esas situaciones se quedan impresionados y se involucran hasta el fondo. Nunca les han dado la oportunidad de ayudar, siempre han sido ayudados». Aunque no lo saben, también con este tipo de iniciativas ellos salen ganando.