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El juicio de la Luz

A medida que nos acercamos a la fiesta de Pascua, el drama de Jesús se hace cada vez más patente. Es un drama que no le afecta sólo a él, sino a la humanidad. Se trata del drama de la luz y las tinieblas. Hoy leemos en el Evangelio una parte del diálogo de Jesús con Nicodemo, jefe religioso judío, interesado por la enseñanza de Jesús. Jesús le dice: «Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3,19).

¿A qué juicio se refiere Jesús? Es evidente que se trata de un juicio moral. El contraste entre la luz y las tinieblas es una imagen que, tanto en el Evangelio de san Juan como en los escritos de Qumrán, se refiere a la opción por el bien o por el mal, definidos como luz y tinieblas. Así lo indica la expresión «porque sus obras eran malas». El evangelista se refiere a quienes han optado por el mal. Hay que recordar que ya en el prólogo del evangelio, cuando se presenta la obra del Verbo de Dios dispuesto a vivir entre los hombres, se dice que la «luz viene a la tiniebla y la tiniebla no lo recibió». Esta oposición entre la luz y las tinieblas recorre el evangelio de principio a fin hasta el punto de que Jesús llega a decir de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,11). Al identificarse como la luz del mundo, es obvio que Jesús se dirige a todos los hombres y no sólo al pueblo de Israel.

Pero volvamos al tema del juicio. La palabra «juicio» posee en el evangelio de Juan dos sentidos: el que se refiere al discernimiento del bien y del mal; y el que significa un juicio condenatorio. En su diálogo con Nicodemo, Jesús le dice que su Padre le ha enviado al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por él. La voluntad del Padre es que todo el mundo se salve por medio de su Hijo. Sin embargo, en cuanto Luz, Jesús es juicio de discernimiento para el mundo, y en este sentido la persona que se acerca a él puede saber si actúa bien o mal, si opta por la luz o por las tinieblas. Jesús no condena, es el hombre quien se condena a sí mismo, cuando, ante la luz que señala el bien, opta por las tinieblas que le encierran en la maldad. Por eso, evitan venir a la luz, para que no se vea que sus obras son malas.

Con algunos ejemplos entendemos la enseñanza de Jesús. La oscuridad es el ámbito de los ladrones, criminales y delincuentes. Aunque algunos hacen el mal a la luz del día, lo normal es actuar de noche, alejados de la luz. Es corriente observar que, al ser llevados a juicio, ocultan sus rostros para no ser vistos o por la vergüenza que supone haber sido descubiertos. No quieren ser reconocidos. A esto se refiere Jesús cuando dice que prefieren las tinieblas «porque sus obras son malas». El mal detesta la luz, no sólo la luz física, sino la espiritual y moral, la que procede de la luz limpia de la razón, gracias a la cual el hombre discierne lo bueno de lo malo. Es interesante señalar que, después de haber pecado, Adán y Eva se esconden para que, cuando Dios baje a pasear a la tarde como hacía ordinariamente, no sean vistos. El pecado, en cuanto alejamiento de Dios, es oscuridad. Quien ama el bien y la verdad se acerca a la luz. Así lo dice Jesús a Nicodemo: «El que obra la verdad se acerca a la luz, de modo que se vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3,21).

Al caminar hacia la Pascua, acercarse a Jesús es la forma más sencilla de saber en qué ámbito vivimos y por qué optamos: ¿La luz o las tinieblas? Él no ha venido a condenar. Es el hombre quien se condena a sí mismo, cuando, ante la luz, prefiere las tinieblas.  Ese es su juicio.

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