«El cristiano, sobre todo, el Papa, los cardenales, los obispos, están llamados a ser humildes trabajadores: a servir, no a ser servidos; a pensar, antes que en sus propios beneficios, en los de la viña del Señor. Y qué hermoso es renunciar a sí mismos por la Iglesia de Jesús». Este es uno de los mensajes que Francisco lanzó en la homilía de la Eucaristía que ha presidido este viernes por Benedicto XVI y los cardenales y obispos fallecidos en el último año.
De hecho, nada más comenzar su alocución, ha citado al que fuera Papa emérito, fallecido el 31 de diciembre del año pasado, para decir que «la fe no es en primer lugar una idea que debamos entender o una moral que debamos asumir, sino una Persona que debemos encontrar, Jesucristo». «Su corazón late con fuerza por nosotros, su mirada se apiada de nuestro sufrimiento», ha explicado.
En este sentido, y en un mes, el de noviembre, en el que la Iglesia recuerda especialmente a los difuntos, ha dicho que Jesús se detiene ante el dolor de la muerte, como lo hizo ante la viuda que ha perdido a su único hijo. «Este es nuestro Dios, cuya divinidad resplandece al tocar nuestras miserias, porque su corazón es compasivo. La resurrección de aquel hijo, el don de la vida que vence a la muerte, brota precisamente de aquí, de la compasión del Señor que se conmueve ante nuestro mal extremo, la muerte. Qué importante es comunicar esta mirada de compasión a quien vive el dolor de la muerte de sus seres queridos», ha agregado.
También ha destacado que el estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura: «Su compasión elimina las distancias y lo lleva a hacerse cercano». También es de pocas palabras: «No da sermones sobre la muerte, solo le dice a esa madre una cosa, que no llore, porque con el Señor las lágrimas no duran para siempre, se terminan».
El Pontífice ha recalcado de este pasaje evangélico la humildad de aquellos que ponen su esperanza en Dios y no en sí mismos, de aquellos que rechazan «toda presunción de autosuficiencia» y se reconocen necesitados de Dios. «Dios ama la humildad porque le permite interactuar con nosotros. Dios ama la humildad, porque él mismo es humilde», ha concluido.