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«Él será la paz» (Miq 5, 4)

Otras Navidades nos llegan, de nuevo se nos convoca para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, del Mesías, del Salvador. Tantas veces resuenan en nuestro oído estas palabras, hace tantos años que las escuchamos, que quizás hemos perdido la capacidad que nos sorprendan, que nos toquen el corazón. Pero se trata de esto, se trata de tocar nuestros corazones; no es otra la misión que ha sido encomendada a este niño, pobre, desvalido, seguramente llorón, que vemos estos días representado yaciendo en un pesebre. No puede haber trono más humilde y no puede haber mayor realeza.

No, no ha venido rodeado de un ejército, ni lo han anunciado desde los palacios trompetas gloriosas; en su lecho no hay sedas, ni brocados; a su alrededor no hay una corte de aduladores, ni una muchedumbre de matronas o de niñeras a punto para envolverlo con ropas caras. Este rey nace por sorpresa, cuando la madre está de viaje, cuando nadie de los de casa está cerca para echar una mano. Dios no busca oropeles, no busca honores, no busca besamanos por parte de los poderosos. Y eso no es sino una pequeña cata, un anuncio de lo que vendrá: ese pesebre no es el trono definitivo, lo será una cruz. Este toro y esta mula no son la compañía definitiva, lo serán dos bandoleros, y al fin no congregará a unos pastores boquiabiertos convocados por ángeles, sino a un gentío que llamará furioso reclamando para Él la muerte.

Si hoy todo es ternura, mañana todo será furia y hostilidad. Pero hay algo que va a permanecer. Junto al pesebre en Belén hay una mujer; en el calvario junto a la cruz volverá a estar. María es esa mujer, unida a Cristo, unida al hijo en la humildad y en la adversidad, unida por el vínculo del amor. Y este niño no ha venido a traer otra cosa que amor, amor a Dios ya los demás.

Hoy en Belén, en la ciudad del gran David, nos ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Por armas el amor, por coraza la debilidad, por corte un buey y una mula, por compañía una mujer atribulada y un hombre todavía perplejo por todo lo que sucede a su alrededor. Pero así es, más o menos, la vida de muchos de los que ha venido a salvar, y si Él quería verdaderamente hacerse hombre, si quería de verdad ser uno de los nuestros, hacía falta que viniera así, como uno más de los abandonados, como uno más de los descartados por la sociedad, como uno más de los ignorados por los poderosos, que tan sólo se fijarán en Él para acabar con su vida, de Herodes a Pilato.

En el pesebre ya está presente todo el misterio de la salvación, ya se han reunido todos los personajes que estarán presentes al final de la obra. Pero de hecho, esta obra no acabará como muchos creen; diferente a como algunos han previsto, terminará con una gran victoria, la victoria de la vida sobre la muerte.

Más allá de la ternura de las escenas tradicionales de un pesebre, existe una historia escondida hoy pero revelada mañana, la historia de la salvación llevada por aquel que es la paz. ¡Sí Navidad!

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