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En el Día del Seminario

Por san José celebramos el Día del Seminario. En estos días, nuestros seminaristas y la petición al Padre Dios para que nos envíe pastores según su corazón estarán especialmente presentes en la oración de nuestras comunidades. Esto no debería faltar a lo largo de todo el año. Porque todos estamos llamados a orar por la buena formación de nuestros seminaristas y a pedir a Dios que nos envíe vocaciones al sacerdocio ordenado. Nos urge recuperar o intensificar nuestro amor y compromiso por nuestros seminarios; en ellos se forman, aquellos que han sentido la llamada del Señor al sacerdocio y que serán los futuros pastores de nuestras comunidades.

Hemos de redoblar también nuestra oración por las vocaciones sacerdotales. En el mundo occidental padecemos un fuerte invierno de vocaciones, que entre nosotros alcanza extremos muy preocupantes. Esta situación no nos puede ser indiferente. Es, en efecto, muy escaso el número de nuestros seminaristas y muy pocos proceden de nuestras comunidades. A decir verdad no sólo escasean las vocaciones al sacerdocio; también son escasas las vocaciones a la vida consagrada y cada día son menos los bautizados que entienden su matrimonio como una vocación. Necesitamos dar a toda nuestra pastoral un tinte vocacional, comenzando por la formación cristiana de nuestros niños bautizados en la familia y la catequesis de iniciación cristiana.

Hoy no es fácil hablar de vocación. El contexto cultural actual propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. Interesa lo inmediato, lo útil, el tener, el disfrute de la vida, la fama y el poder; falta una perspectiva de la persona como proyecto de vida. El futuro de niños, adolescentes y jóvenes se plantea en la mayoría de los casos reducido a la elección de una profesión, sin apertura al misterio de la propia vida, a Dios, al prójimo o al propio bautismo.

Una mirada creyente sobre el ser humano muestra que todos somos fruto de una llamada. Dios nos llama a esta vida por amor para vivir la alegría del amor, que será fuente de felicidad. El bautismo desarrolla esa llamada inicial de Dios al amor a Él y al prójimo. Y, llegado el momento, esta vocación bautismal se concretará por parte de Dios en una llamada a vivir el amor en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el amor entre un hombre y una mujer en el matrimonio. Dios tiene un plan concreto para que cada uno alcance la felicidad y la perfección en el amor, la santidad. Ayudemos a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a acoger la llamada de Dios. Si sienten la llamada al sacerdocio, ayudémosles a responder con alegría y generosidad mediante nuestra cercanía y acompañamiento. Será nuestro mejor servicio a su libertad y felicidad.

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