Durante estos días venimos escuchando noticias que nos hablan de que Galicia se ha convertido en un lugar privilegiado donde es fácil encontrar muchas personas centenarias. En efecto, las cifras nos hablan de un gran porcentaje de personas longevas en nuestro entorno que está siendo objeto de estudios y análisis.
Con la fiesta de san Joaquín y santa Ana (26 de julio), los abuelos de Jesús, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Una cita que nos invita a reflexionar sobre la ancianidad, sobre el trato y la relación que tenemos con nuestros mayores, sobre lo que aportan y significan para nuestra sociedad.
En efecto, el progreso técnico y sanitario ha favorecido el alargamiento de la vida hasta límites
insospechados. La esperanza de vida se sitúa hoy en ochenta y tres años. Es muy fácil
encontrarnos con ancianos y mayores en muchas de nuestras familias y contextos más cercanos,
con las dificultades específicas que entraña esta realidad. Desde luego, admiro la cultura de
nuestro pueblo que rodea a los mayores de muchas atenciones. Nuestro medio rural está lleno
de ejemplos de convivencia entre varias generaciones que son dignos de elogio. Durante la
visita pastoral, que he venido realizando durante el presente curso, he podido visitar algunas
familias y personas mayores que son bien atendidas y acogidas.
Sin embargo, sabemos que no siempre es así. La soledad no deseada, especialmente entre las
personas mayores, es una lacra que se extiende por desgracia. Me alegra mucho que desde
Cáritas diocesana se haya puesto en marcha el programa Con-Vivindo, que busca promover
espacios y lugares de encuentro para personas mayores.
Es verdad que la situación de muchas personas ancianas, con una autonomía muy reducida,
requiere que, para alcanzar una vida digna, se necesiten hoy de más recursos, más medios y
también más plazas de residencias que puedan salir al frente de estas situaciones. La
dependencia supone un reto a nivel social e institucional que tenemos que hacer frente si
queremos agradecer su aportación a nuestra sociedad y lo mucho que han hecho por nosotros.
Ahí tenemos una prueba del nivel ético de una sociedad.
Sin embargo, hoy se extiende una mentalidad que considera una carga a los mayores cuando
se encuentran en una situación de gran dependencia; mentalidad que incluso penetra en la
propia autopercepción de los ancianos. Esto sucede cuando se aúnan tres procesos presentes en
nuestra sociedad: en primer lugar, cuando se pierde el valor y la dignidad infinita de cada
persona más allá de sus circunstancias y en cualquier estado o situación. Por ello, reivindicar la
dignidad de toda persona es clave en nuestro mundo economicista.
En segundo lugar, cuando promovemos una concepción de la persona en clave de autonomía e
independencia. A veces se extiende una imagen no real de que las personas son seres que están
llamados a ser independientes, y por tanto, no vulnerables ni necesitados de los otros. Frente a
ello, creo que hay que despertar en nosotros la imagen contraria de la vulnerabilidad como
característica propia de todo estado humano. Todos nos necesitamos, somos dependientes y
estamos llamados a complementarnos.
Por último, como recuerda el papa Francisco en su magnífico mensaje con motivo de esta
jornada, la cultura individualista (que se extiende incluso en entornos ajenos a esta clave como
es la familia) nos mueve a pensar que la realización personal está en una vida desligada lo más
posible de los otros.
Frente a esta mentalidad, en ese mensaje se nos invita a fijarnos en Rut: una extranjera que
aparece en la Biblia y que se compromete a cuidar de su anciana suegra Noemí, renunciando a
una vida propia. Me recuerda la vida de tantas migrantes que cuidan de tantos de ancianos en
nuestros hogares.
“En la vejez no me abandones” es el grito bíblico que aparece en repetidas ocasiones. Es el
grito que hoy volvemos a escuchar como compromiso para con nuestros mayores y en el
horizonte de una vida más humana y fraterna.
Vuestro hermano y amigo,