La consagración religiosa en el contexto coreano se entiende desde connotaciones budistas: la salida del mundo, 轎陛 (salir de la propia casa). En la Iglesia católica hubo un tiempo en que consagrarse se entendía como separarse, para Dios. Vivir alejados del ruido y tratar de ser más puros que los demás.
Estamos en 2023 y vivo en Daejeon, una ciudad de Corea de más de un millón de habitantes. ¿Qué significa para mí vivir la vida consagrada aquí y ahora? Para los que no me conocéis, llevo 18 años en Corea y mi trabajo es la pastoral con adolescentes y jóvenes y la formación misionera de laicos. La vida consagrada y misionera significa para mí: por la mañana, rozar el corazón de Dios en la oración, personal y comunitaria, y poder sentir aunque sea unos segundos su compasión por las personas que voy a ver. En el mediodía, atender mis tareas, a veces muy cotidianas, como cocinar o limpiar la casa, preparar grupos y actividades.
En la tarde, el paseo por la naturaleza me conecta con el Creador y me hace saberme parte de un todo, la casa común. Soy parte de la Iglesia y en ella hay muchos carismas y otras personas atienden necesidades del Cuerpo de Cristo. Se pide que ponga mi todo, que es poco, pero que es el todo que yo puedo poner. Muchas veces la escucha del joven en sus penas y alegrías, la solidaridad y la formación. Otras veces el trabajo oculto de la espera tras la entrega en la misión. Algunas veces actividades llenas de vida y de risas, alguna lágrima, profundidad de fe, misión compartida y visión que nos ensancha el alma.
En la noche, la pobreza aceptada y la gratitud por el trabajo bien hecho, tristeza y vulnerabilidad ofrecidas por lo que aún no es del todo bondad, verdad, ni belleza. La consagración no es tanto una salida del mundo como una entrada en él desde la misericordia, la paciencia, la esperanza, desde la resurrección que hace brotar la vida.