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Escuela de Oración

La Cuaresma, siguiendo las indicaciones del Señor en el Evangelio, nos invita a la oración, el ayuno y la limosna. En este año, declarado por el Papa “año de la oración, hemos de fijarnos de una manera especial en la invitación de Jesús a orar. En realidad, Él mismo nos da ejemplo, pues le vemos en el Evangelio tantas veces levantándose pronto, orando antes de salir el sol, o dejando a los discípulos dormir mientras pasaba la noche en oración. Jesús, además, ante las preguntas de sus propios discípulos que al verle orar le pidieron “enséñanos a orar”, les ofrece su oración, los latidos profundos de su corazón.

El Papa nos invita en este año, singularmente en esta Cuaresma, a cultivar la oración y hacer que nuestras comunidades cristianas puedan ser también escuelas de oración. En Valladolid conservamos un extraordinario regalo, un libro autógrafo de Santa Teresa de Jesús llamado Camino de perfección, en el que la Santa de Ávila enseña a orar a sus hermanas les ayuda a adentrarse precisamente en el Padrenuestro. Pero, antes de comentar la oración de Jesús da un rodeo y ayuda a sus hermanas a disponerse para la oración. Es una pequeña escuela de oración en la que nos ofrece unas experiencias, unos verbos, que también nos pueden ayudar a nosotros en este momento. Dice la Santa que lo primero que un aprendiz de orante ha de hacer es tomar “la determinada determinación” de entrar en este camino de oración; una decisión que ha de encontrar un lugar y un tiempo. Sí, para crecer en el camino de la oración, hemos de tener un ritmo, un espacio, un lugar que nos resulte especialmente significativo; puede ser un rincón en nuestra casa o un templo al que podamos acudir fácilmente; también una hora para expresar así la determinada determinación.

A partir de ahí, Santa Teresa propone a sus hermanas, y nos propone a nosotros en este siglo XXI, mirar, fijarnos en una imagen del Señor, de su madre María, de los Santos o alguna fotografía de situaciones de nuestro mundo, pero singularmente mirar al Señor y, desde Él, toda la realidad que nos circunda. “Solo os pido que le miréis”, nos dice Santa Teresa. Mirarle a Él para quizás caer en la cuenta de que el Señor está presente y es el que nos mira, un mirar, el de Dios, que es amor.

Después de mirar, la Santa nos propone contar; pasar al Señor lo que está apuntado en la memoria de nuestro corazón, nuestras inquietudes, anhelos, turbaciones y tristezas; también los rostros que tenemos apuntados en el corazón, rostros de personas con las que nos encontramos en el camino de la vida, rostros que nos llaman a la alegría del encuentro, a veces también a la solicitud del servicio, otras veces rostros que nos recuerdan un conflicto, una discusión, quizás incluso una ruptura. Pasándole al Señor los rostros de las personas de nuestra vida, experimentamos alegría, llamada al servicio o a la petición de perdón; a veces, una impotencia, otras caemos en la cuenta de que hay personas a las que solo podemos amar en el corazón de Cristo. Todo eso se lo contamos a Él.

Después de haber mirado y contado, Santa Teresa nos propone escuchar. Escuchar en silencio las resonancias que se producen en nuestro corazón el contemplar a Jesús y pasarle nuestra vida. Un silencio que puede llenarse por la palabra de Dios. Escuchar al Señor en su Palabra, un pequeño versículo, un trozo del Evangelio; una presencia del Señor, palabra eterna hecha carne, que pueda también provocar en nuestro corazón una alegría y una llamada.

Entrando así en esta senda de oración de la mano de Santa Teresa, ella dice, después de haber mirado, contado y escuchado, que es la hora de contemplar y de hacer de esa contemplación una entrega. Esta contemplación se llena de los latidos del Corazón de Jesús. Es una contemplación en la que vamos diciendo, poco a poco, con Jesús, las palabras que Él nos ha pasado en su oración: “Abba Padre santificado sea tu nombre, Maranatha venga tu reino, Amén que se haga tu voluntad”. Son latidos del Corazón de Jesús que al acogerles en nosotros y dejar que nuestro corazón concuerde con el suyo, van haciendo que nuestra contemplación se transforme en una entrega filial a Dios nuestro Padre, abandonándonos en sus manos. Una entrega a los hermanos que expresa la solicitud por el Reino de Dios; una entrega que nos hace caer en la cuenta de que el Señor nos llama. Esta entrega se hace vocación, hágase tu voluntad. En la segunda parte del Padre nuestro, el Señor nos ofrece una escuela de vida para abordar nuestra vida cotidiana y su supervivencia, las relaciones y sus conflictos, el misterio de la tentación y del mal. Una escuela que el Señor nos ofrece para que podamos acoger el pan cotidiano, para recibir de Él la misericordia y perdonar así a nuestros hermanos como Él nos perdona; para solicitar su ayuda, no caer en la tentación y vencer al maligno. La oración de Jesús termina siempre con una aclamación: ¡tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre Señor!

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