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Esperanza y oración suplicante

A las puertas del Jubileo 2025, un Jubileo para la esperanza, el Papa Francisco nos invita a redoblar nuestro compromiso oracional. La relación entre esperanza y oración no es meramente circunstancial, sino profunda: podemos asegurar que la oración sostiene la esperanza y, al mismo tiempo, la esperanza mueve a orar.

Entre los muchos ejemplos que nos ofrece la Biblia, traigo a la memoria el caso del profeta Jonás que huye de la propuesta de Dios de ir a predicar a los ninivitas. En la travesía en barco, se desata una gran tormenta que lleva a los pasajeros a temer por su vida y arranca de su corazón una sentida oración. La oración sostendrá, en primer lugar, la esperanza de los tripulantes y del propio Jonás y, posteriormente, la de los habitantes de Nínive que se arrepienten de su mala vida y proclaman esperanzados: “Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta… de manera que no perezcamos” (Jo 3, 9)

Por su parte, el Papa Benedicto XVI, en su Carta Encíclica Spe Salvi, nos propone como modelo de escucha y de aprendizaje de la esperanza al cardenal Van Thuân, prisionero durante trece años en una cárcel china. En aquella situación desesperada, la oración “fue una fuerza creciente de esperanza” que le convirtió después de abandonar los cuatro muros, en testigo de esperanza, de esa esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de soledad (cf. SS 32).

Al mismo tiempo, la esperanza mueve a la oración. Ante la dificultad para llevar adelante su vida, del interior del hombre surge un grito con dirección imprecisa o, en el caso de los creyentes, directamente dirigido a Dios. Frente al menosprecio que sufre por parte de muchos, el Papa Francisco nos recuerda que “la súplica es expresión del corazón que confía en Dios, que sabe que solo no puede… No quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón y nos ayuda a seguir luchando con esperanza” (GE 154)

En una homilía sobre la Primera Carta de s. Juan -nos recuerda Benedicto XVI-, s. Agustín ilustró la relación íntima que existe entre oración y esperanza. El santo de Hipona asegura que el hombre ha sido creado para Dios y no se sentirá satisfecho hasta que descanse en Él. Además, define la oración como la puesta en ejercicio del deseo de Dios, la mayor esperanza a la que puede aspirar el ser humano (cf. SS 31).  Por otra parte, nos explica que, al retrasar su respuesta, el mismo Dios hace que crezca este deseo y se ensanche el corazón, de modo que pueda entrar en él lo que el Señor nos regala. En definitiva, dilatando el cumplimiento del deseo, Dios dilata nuestra alma, haciéndola más apta para recibir sus dones y por lo tanto también, para colmar nuestra esperanza. 

Ahora bien, para que se vean colmadas nuestras expectativas y, sobre todo, esa gran esperanza del encuentro con Dios, hemos de purificar el corazón y aprender a pedir. Debemos darnos cuenta de que no podemos pedir las cosas superficiales y cómodas, pequeñas y mundanas que, en vez de acercarnos, nos alejan de Dios y de los hermanos. Hemos de aprender que no podemos rezar contra los otros, pues Dios ama a todos sus hijos y los protege por igual. Y, en fin, hemos de hacer una oración personal que no se quede en palabrería barata, sino que implique a toda la persona con sus afectos, intelecto y voluntad.

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