El Papa Francisco ha dejado Lisboa por unas horas para rezar el rosario ante la Virgen de Fátima con jóvenes enfermos y encarcelados. Una ocasión que ha aprovechado para saludar uno por uno a los presentes, estrechar sus manos y dejarse tocar, para transmitirles que son importantes.
En su segunda visita a este santuario, después de la que realizó en 2017 con motivo del centenario de las apariciones, el Pontífice ha repetido una ideas en las que viene insistiendo durante su viaje a Portugal: que la Iglesia debe estar abierta a todos y luego ha destacado la figura de la Virgen, que se preocupa por nosotros y señala a Jesús.
«La pequeña capilla en la que nos encontramos es una hermosa imagen de la Iglesia: acogedora y sin puertas. La Iglesia no tiene puertas para que todos puedan entrar. Esta es la casa de la Madre y una madre tiene la puerta abierta para todos sus hijos. Todos, todos, todos», ha afirmado.
En un discurso improvisado y cargado de fuerza, Francisco ha insistido en la figura de María, que sale apresurada al encuentro de su prima Isabel con el «afán de ayudar, de estar presente». «La Virgen siempre acompaña, nunca es protagonista. Acoge y, después, señala a Jesús. María no hace otra cosa en su vida que señalar a Jesús. Hagan lo que él les diga», ha añadido.
Y ha continuado: «María nos acoge a todos y señala a Jesús, y esto lo hace un poco apurada, apressada. Nuestra Señora apressada, que nos acoge a todos y nos señala a Jesús. Y cada vez que venimos aquí, recordamos esto: María aquí se hizo presente de una manera especial, para que la incredulidad de tantos corazones se abriera a Jesús, con su presencia nos señala a Jesús, siempre señala a Jesús».
Así, ha invitado a todos los presentes a poner su mirada en la Virgen y a preguntarle por sus vidas, por las cosas que no están bien en el corazón, por lo que le preocupa y le conmueve. «Ahí nos acoge a todos y nos señala a Jesús», ha insistido.