Homilía en varios idiomas de Juan Pablo II, Domingo 2º del Tiempo Ordinario (19-1-2014)
Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD
DOMINGO 2-A DEL TIEMPO ORDINARIO
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San José 18-1-1981 (sp it po): «»Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (1Co 1, 3). Con estas palabras, con las que el apóstol Pablo saludaba una vez a la Iglesia de Corinto (…), dirijo mi saludo a todos (…). Y confío a la generosa recompensa del Señor cuanto cada uno de vosotros realiza eficazmente como miembro del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
El tiempo de Navidad, que hemos vivido hace poco, nos ha renovado la conciencia de que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Esta conciencia no nos abandona jamás; sin embargo, en ese período se hace particularmente viva y expresiva. Se convierte en el contenido de la liturgia, pero también en el contenido de la vida cristiana, familiar y social. Nos preparamos siempre mediante el Adviento para esa santa noche del nacimiento temporal de Dios, tal como lo proclama hoy el Salmo responsorial: «Yo esperaba con ansia al Señor: Él se inclinó y escuchó mi grito» (Sal 40, 2).
Es admirable este inclinarse del Señor sobre los hombres. Haciéndose hombre, y ante todo como niño indefenso, hace que más bien nos inclinemos sobre él, igual que María y José, como los pastores y luego los tres Magos de Oriente. Nos inclinamos con veneración, pero también con ternura. En el nacimiento terreno de su Hijo, Dios se «adapta» tanto al hombre que incluso se hace hombre.
Y precisamente este hecho –si seguimos el hilo del Salmo– nos «puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 40, 4). ¡Qué candor se trasluce en nuestros cantos navideños! ¡Cómo expresan la cercanía de Dios que se ha hecho hombre y débil niño!
Que jamás perdamos el sentido profundo de este misterio. Que lo mantengamos siempre vivo tal como nos lo han trasmitido los grandes santos (…). Esto es muy importante, queridos hermanos y hermanas, de ello depende el modo de mirarnos a nosotros mismos y a cada uno de los hombres, el modo de vivir nuestra humanidad.
Lo expresa también el profeta Isaías cuando proclama hoy en la primera lectura: «Mi Dios fue mi fuerza» (Is 49, 5). Y en la segunda lectura san Pablo se dirige a los Corintios –y al mismo tiempo indirectamente a nosotros– como a «los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos» (1Co 1, 2).
Pensemos en nosotros a la luz de estas palabras. Cada uno de nosotros piense en sí de esta manera, y pensemos mutuamente así los unos de los otros.
En efecto, el Concilio Vaticano II nos ha recordado la vocación de todos a la santidad [cf Lumen gentium, V (ge be cs zh-t sp fr hu en it lt po sw)]. Esta es precisamente nuestra vocación en Jesucristo. Y es don esencial del nacimiento temporal de Dios. Al nacer como hombre, el Hijo de Dios confiesa la dignidad del ser humano, y a la vez le hace una nueva llamada: la llamada a la santidad.
¿Quién es Jesucristo? El que nació la noche de Belén, el que fue revelado a los pastores y a los Magos de Oriente.
Pero el Evangelio de este domingo nos lleva una vez más a las riberas del Jordán, donde, después de 30 años de su nacimiento, Juan Bautista prepara a los hombres para su venida. Y cuando ve a Jesús, «que venía hacia él», dice: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
Juan afirma que bautiza en el Jordán «con agua, para que él, Jesús de Nazaret, sea manifestado a Israel» (cf Jn 1, 31).
Nos habituamos a las palabras «Cordero de Dios». Y sin embargo, ellas son siempre palabras maravillosas, misteriosas, palabras potentes (…). ¡El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!
Los versos siguientes del Salmo responsorial de hoy explican más plenamente lo que se reveló en el Jordán a través de las palabras de Juan Bautista, y que ya había comenzado la noche de Belén. El Salmo se dirige a Dios con las palabras del Salmista, pero indirectamente nos trae de nuevo la palabra del Hijo eterno hecho hombre: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy –como está escrito en mi libro– para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero» (Sal 40, 7-9).
Así habla, con las palabras del Salmo, el Hijo de Dios hecho hombre. Juan capta la misma verdad en el Jordán, cuando, señalándolo, grita: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
Hermanos y hermanas: Hemos sido, pues, «santificados en Cristo Jesús». Y estamos «llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro» (1Co 1, 2).
Jesucristo es el Cordero de Dios que dice de sí mismo: «Dios mío, quiero hacer tu voluntad, y llevo tu ley en las entrañas» (cf Sal 40, 9).
¿Qué es la santidad?
Es precisamente la alegría de hacer la voluntad de Dios. El hombre experimenta esta alegría mediante una constante acción profunda sobre sí mismo, por medio de la fidelidad a la ley divina, a los mandamientos del Evangelio. E incluso con renuncias. El hombre participa de esta alegría siempre y exclusivamente por obra de Jesucristo, el Cordero de Dios.
¡Qué elocuente es que escuchemos las palabras pronunciadas por Juan en el Jordán cuando debemos acercarnos a recibir a Cristo en nuestros corazones con la comunión eucarística!
Viene a nosotros el que trae la alegría de hacer la voluntad de Dios. El que trae la santidad (…). Nos trae la llamada a la santidad y nos da continuamente la fuerza de la santificación. Nos da continuamente «el poder de llegar a ser hijos de Dios», como lo proclama la liturgia de hoy en el canto del Aleluya.
Esta potencia de santificación del hombre, potencia continua e inagotable, es el don del Cordero de Dios. Juan, señalándolo en el Jordán, dice: «Este es el Hijo de Dios» (Jn 1, 34), «este es el que ha de bautizar en el Espíritu Santo» (Jn 1, 33); es decir, nos sumerge en ese Espíritu al que Juan, mientras bautizaba, «vio que bajaba del cielo, como una paloma, y se posó sobre él» (Jn 1, 32).
Este fue el signo mesiánico. En este signo, el Mesías mismo, que está lleno de poder y del Espíritu Santo, se ha revelado como causa de nuestra santidad: el Cordero de Dios, el autor de nuestra santidad.
Dejemos que él actúe en nosotros con la potencia del Espíritu Santo. Dejemos que él nos guíe por los caminos de la fe, de la esperanza, de la caridad, por el camino de la santidad. Dejemos que el Espíritu Santo, Espíritu de Jesucristo, renueve la faz de la tierra a través de cada uno de nosotros.
De este modo resuene en toda nuestra vida el canto de Navidad».
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones «ex cáthedra», existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).