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Homilías para el cuarto domingo del tiempo ordinario, C, (3-2-2013) Recopilado por fray Gregorio Cortázar Vinuesa

 NVg 1 Ps 2 E – BibJer2ed 1 Ps 2 E (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

(1/3) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de la Ascensión 3-2-1980 (sp it po): «1. Este domingo me ofrece de nuevo la posibilidad de encontrarme con esa comunidad fundamental del Pueblo de Dios que es, en la Iglesia, una parroquia. Este es un encuentro «con la comunidad» y al mismo tiempo, un encuentro «en la comunidad». Efectivamente, por medio de la visita pastoral de vuestro obispo, os volvéis a encontrar, en cierta manera, en esa comunidad más grande del Pueblo de Dios que es la Iglesia Romana, la Iglesia «local», esto es, la diócesis. Esta es, a la vez, la Iglesia de las Iglesias –si se puede decir así– ya que Roma, como Sede de San Pedro, constituye el centro de todas las Iglesias «locales» del mundo, las que por medio de este centro se vinculan y se unen en la comunidad universal de la única Iglesia (…).

Quisiera hacer llegar una palabra especial de saludo también a los que se sienten psicológicamente lejanos de la comunidad parroquial, respecto de la que nutren sentimientos de indiferencia o quizás incluso de hostilidad. Sepan que es deseo del Papa, como de los sacerdotes de la parroquia y de todo otro ministro de Dios, entablar con ellos un diálogo que pueda disipar equívocos o permitir un conocimiento recíproco mejor y una conversación profunda sobre Cristo y su Evangelio.

2. Ciertamente, el mensaje de Jesús está destinado a «plantear problema» en la vida de cada uno de los seres humanos. Nos lo recuerdan también las lecturas de la liturgia de hoy, y sobre todo el texto del Evangelio de Lucas, que acabamos de oír. Él nos induce a volver una vez más con el pensamiento a (…) la Presentación de Jesús en el templo, que tuvo lugar a los 40 días de su nacimiento. El anciano Simeón pronunció sobre el Niño las siguientes palabras: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y como signo de contradicción» (Lc 2, 4).

Hoy somos testigos de la contradicción que Cristo encontró al comienzo mismo de su misión en su Nazaret. Efectivamente, cuando, basándose en las palabras del profeta Isaías leídas en la sinagoga de Nazaret, Jesús hace entender a sus paisanos que la predicción se refería precisamente a él, esto es, que él era el anunciado Mesías de Dios (el Ungido en la potencia del Espíritu Santo), surgió primero el estupor, luego la incredulidad y finalmente los oyentes «se llenaron de cólera» (Lc 4, 28), y se pusieron de acuerdo en la decisión de tirarlo desde el monte sobre el que estaba construida la ciudad de Nazaret. «Pero él atravesando por en medio de ellos, se fue» (Lc 4, 30).

Y he aquí que la liturgia de hoy –sobre el trasfondo de este acontecimiento– nos hace oír en la primera lectura la voz lejana del profeta Jeremías: «Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque contigo estoy para protegerte» (Jr 1, 19).

3. Jesús es el profeta del amor, de ese amor que san Pablo confiesa y anuncia en palabras tan sencillas y a la vez tan profundas del pasaje tomado de la Carta a los Corintios. Para conocer qué es el amor verdadero, cuáles son sus características y cualidades, es necesario mirar a Jesús, a su vida y a su conducta. Jamás las palabras dirán tan bien la realidad del amor como lo hace su modelo vivo. Incluso palabras tan perfectas en su sencillez, como las de la primera Carta a los Corintios, son solo la imagen de esta realidad: esto es, de esa realidad cuyo modelo más completo encontramos en la vida y en el comportamiento de Jesucristo.

No han faltado ni faltan en la sucesión de las generaciones hombres y mujeres que han imitado eficazmente este modelo perfectísimo. Todos estamos llamados a hacer lo mismo. Jesús ha venido sobre todo para enseñarnos el amor. El amor constituye el contenido del mandamiento mayor que nos ha dejado. Si aprendemos a cumplirlo, obtendremos nuestra finalidad: la vida eterna. Efectivamente, el amor, como enseña el Apóstol «no pasa jamás» (1Co 13, 8). Mientras otros carismas, e incluso las virtudes esenciales en la vida del cristiano, acaban junto con la vida terrena y pasan de este modo, el amor no pasa, no tiene nunca fin. Constituye precisamente el fundamento esencial y el contenido de la vida eterna. Y por esto lo más grande «es la caridad» (1Co 13, 13).

4. Esta gran verdad sobre el amor, mediante la cual llevamos en nosotros la verdadera levadura de la vida eterna en la unión con Dios, debemos asociarla profundamente a la segunda verdad de la liturgia de hoy: el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez «desde fuera», esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles.

Por esto San Pablo escribe que «la caridad es paciente». ¿Acaso no encuentra en nosotros muy frecuentemente la resistencia de nuestra impaciencia, e incluso simplemente de la inadvertencia? Para amar es necesario saber «ver» al «otro», es necesario saber «tenerle en cuenta». A veces es necesario «soportarlo». Si solo nos vemos a nosotros mismos, y el «otro» «no existe» para nosotros, estamos lejos de la lección del amor que Cristo nos ha dado.

«La caridad es benigna», leemos a continuación: no solo sabe «ver» al «otro», sino que se abre a él, lo busca, va a su encuentro. El amor da con generosidad y precisamente esto quiere decir que «es benigno» (a ejemplo del amor de Dios mismo, que se expresa en la gracia). Y cuán frecuentemente, sin embargo, nos cerramos en el caparazón de nuestro «yo», no sabemos, no queremos, no tratamos de abrirnos al «otro», de darle algo de nuestro propio «yo», sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizás del egoísmo, y esforzándonos para convertirnos en hombres, mujeres, «para los demás», a ejemplo de Cristo.

5. Y así también después, volviendo a leer la lección de san Pablo sobre el amor y meditando el significado de cada una de las palabras de las que se ha servido el Apóstol para describir las características de este amor, tocamos los puntos más importantes de nuestra vida y de nuestra convivencia con los otros. Tocamos no solo los problemas personales o familiares, es decir, los que tienen importancia en el pequeño círculo de nuestras relaciones interpersonales, sino que tocamos también los problemas sociales de actualidad primaria.

¿Acaso no constituyen ya los tiempos en que vivimos una lección peligrosa de lo que puede llegar a ser la sociedad y la humanidad cuando la verdad evangélica sobre el amor se la considera superada (…), cuando se la excluye de la educación, de los medios de comunicación social, de la cultura, de la política? (…).

6. De la lección paulina que acabamos de escuchar es necesario deducir lógicamente que el amor es exigente. Exige de nosotros el esfuerzo, exige un programa de trabajo sobre nosotros mismos, así como, en la dimensión social, exige una educación adecuada, y programas aptos de vida cívica e internacional.

El amor es exigente. Es difícil. Es atrayente, ciertamente, pero también es difícil. Y por esto encuentra resistencia en el hombre. Y esta resistencia aumenta cuando desde fuera actúan también programas en los que está presente el principio del odio y de la violencia destructora.

Cristo, cuya misión mesiánica encuentra desde el primer momento la contradicción de los propios paisanos en Nazaret, vuelve a afirmar la veracidad de las palabras que pronunció sobre él el anciano Simeón el día de la Presentación en el templo: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para signo de contradicción» (Lc 2, 34).

Estas palabras acompañan a Cristo por todos los caminos de su experiencia humana, hasta la cruz.

Esta verdad sobre Cristo es también la verdad sobre el amor. También el amor encuentra la resistencia, la contradicción. En nosotros, y fuera de nosotros. Pero esto no debe desalentarnos. El verdadero amor –como enseña San Pablo– todo lo «excusa» y «todo lo tolera» (1Co 13, 7).

Queridos hermanos y hermanas, este encuentro nuestro de hoy sirva, al menos en pequeña parte, para la victoria de este amor, hacia el cual camina continuamente, entre las pruebas de esta tierra, la Iglesia de Cristo con la mirada fija en el testimonio de su Maestro y Redentor».

(2/3) Benedicto XVI, Ángelus 31-1-2010 (ge hr sp fr en it po)

(3/3) Juan Pablo II, Audiencia general 12-3-1997 (ge sp fr en it po), La presencia de María en la sinagoga de Nazaret: «El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención de María en las bodas de Caná, subraya su participación en la vida pública de Jesús: «Durante la predicación de su Hijo acogió las palabras con las que este situaba el Reino por encima de las consideraciones y de los lazos de la carne y de la sangre y proclamaba felices (cf Mc 3, 35 par.; Lc 11, 27-28) a los que escuchaban y guardaban la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf Lc 2, 19 y 51)» (Lumen gentium, 58).

El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación de la Madre (…). No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo. Se puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó ese texto aplicándose a sí mismo su contenido (cf Lc 4, 18-30). ¡Cuánto debió de sufrir en esa ocasión, después de haber compartido el asombro general ante las «palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4, 22), al constatar la dura hostilidad de sus conciudadanos que arrojaron a Jesús de la sinagoga e incluso intentaron matarlo! (…). María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vendrían más pruebas, confirmó y ahondó su total adhesión a la voluntad del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y su soledad».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones «ex cáthedra», existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).

LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).

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