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Homilías Solemnidad de la Ascensión del Señor, 17-5-2015

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

NVulgata 1 Ps 2 2 EConcordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/4) Benedicto XVI, Regina caeli d20-5-2012 (de hr es fr en it pt)

(2/4) Benedicto XVI, Homilía en Cassino d24-5-2009 (de es fr en it pt)

(3/4) San Juan Pablo II, Homilía en la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes en los jardines vaticanos j24-5-1979 (es fr en it pt)

(4/4) San Juan Pablo II, Homilía en la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes en los jardines vaticanos j20-5-1982 (it pt):

«1. “El Señor fue elevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16, 19).

En estas palabras del Evangelio según Marcos se compendia el misterio que recordamos hoy, fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo. Y yo me siento feliz de celebrar con vosotros esta liturgia, queridos hermanos y hermanas, en unión de fe y de intenciones, de renovada adhesión al Señor y a su Iglesia.

La solemnidad de hoy nos invita, ante todo, a meditar sobre el alcance del misterio que celebramos. ¿Qué significa que Jesús ascendió al cielo? No son las categoría espaciales las que nos permiten captar adecuadamente este acontecimiento, ya que solo la fe descubre su sentido y su fecundidad.

“Se sentó a la derecha de Dios”: he aquí el significado primero de la Ascensión. Y aun cuando la expresión es imaginaria, puesto que Dios no tiene ni derecha ni izquierda, encierra un importante mensaje cristológico: Jesús resucitado entró plenamente, incluso con su humanidad, a formar parte de la gloria divina y, más aún, a tomar parte en la actividad salvífica de Dios mismo.

Lo hemos escuchado en la segunda lectura: “Lo sentó a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación” (Ef 1, 20-21). El cristiano ya no tiene otro jefe fuera de Jesucristo. “Y todo lo puso bajo sus pies” (Ef 1, 22). Cristo no es solo nuestro Jefe, sino también el “Pantocrátor”, el que ejerce su señorío sobre todas las cosas.

Estas afirmaciones tienen un alcance muy concreto para nuestra vida. Ninguno de nosotros debe entregarse más a quien no es Cristo, porque lo que está fuera de él le es solo inferior.

Por tanto, estamos invitados a contemplar la grandeza y la belleza de nuestro único Señor, y a hacer nuestra la oración de la Carta a los Efesios que hemos escuchado: “Ilumine Dios los ojos de nuestro corazón para que comprendamos… cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo” (Ef 1, 18-20).

Se nota en estas palabras la desbordante exultación del cristiano que sabe, o al menos intuye, y adora la profundidad del misterio pascual y la inagotable riqueza de sus virtualidades salvíficas respecto de nosotros. Así pues, la fiesta de hoy nos vuelve a llevar a los fundamentos mismos de nuestra fe.

  1. Pero hay otro aspecto esencial, propio de la solemnidad de la Ascensión, que se expresa tanto en la primera lectura como en el Evangelio. “Seréis mis testigos… hasta los confines del mundo” (Hc 1, 8); “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15).

Hay un deber de testimonio que dimana directamente de nuestra fe. No se puede celebrar la exaltación de Jesús Señor y luego llevar una vida despreocupada ignorando su consigna suprema. La Ascensión nos recuerda que el hecho de que Jesús se sustraiga a la experiencia sensible de sus discípulos tiene también la finalidad de dejar el campo a estos, que continúan ya su misión en la historia y prolongan el celo pastoral y la dedicación misionera de él, aun cuando esto vaya envuelto en muchas debilidades.

Por algo, según el relato de los Hechos de los Apóstoles, sigue a breve distancia Pentecostés con el don del Espíritu Santo que abre el camino a la historia misionera de la Iglesia.

Por tanto, hoy somos invitados también a renovar nuestros compromisos de apostolado, poniendo en las manos del Señor nuestros propósitos. Al hacer esto, debemos mantener viva la certeza de que su Ascensión al cielo no ha sido una partida, sino solo la transformación de una presencia que no es menos importante.

Cristo está entre nosotros también hoy; está con nosotros. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Solo de aquí se deriva nuestra fuerza, pero también nuestra constancia y nuestra alegría.

  1. Queridos hermanos y hermanas: Convirtamos en oración estas reflexiones, mientras continúa la Santa Misa. Renovemos nuestra fe cristiana y nuestro impulso apostólico. Que nos ayude la intercesión materna de María, a la que recurrimos con motivo de celebrar esta liturgia en la gruta de la Bienaventurada Virgen de Lourdes. Ella, que con toda probabilidad estuvo presente en el acontecimiento relatado por los Hechos de los Apóstoles (cf Hc 1, 9. 14), nos inspire en este momento los pensamientos oportunos y las súplicas más gratas al Señor».

San Juan Pablo II, Audiencia general 5-4-1989, del resumen en español: «Jesús, con su ascensión, nos indica el camino hacia la patria celeste, donde el Padre premiará con la felicidad eterna a cuantos, redimidos por su Hijo, han sido testigos fieles del amor».

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