San Juan Bautista, profeta y precursor, es un santo muy querido en nuestra tierra. Cada año celebramos su fiesta haciendo hogueras, tirando petardos. Coincide en torno a las fechas del solsticio de verano, el punto en que el sol empieza a mermar sus horas entre nosotros. Es él mismo quien dijo: “Él debe crecer y yo tengo que menguar” (Jn.3, 30).
San Juan tuvo muy clara su misión: él no era el sol que viene del cielo, sino el que irá «delante del Señor a preparar sus caminos» (Lc 1,76). Estas palabras proféticas de Zacarías, su padre, fueron una guía para toda su vida. Su misión no era brillar como el sol, sino solo indicar su advenimiento. Al igual que la aurora anuncia la llegada del sol, san Juan es quien apunta a Jesucristo. Por eso, cuando lo representamos en las imágenes, a menudo está la frase con sus palabras: «Mirad al cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29), toda su vida apunta hacia Cristo.
Todos somos conscientes del mundo en el que vivimos. Un mundo narcisista, un mundo que, coloquialmente dicho, «vive de cara a la galería», donde el centro siempre es uno mismo. Nos exhibimos en las redes sociales, siendo siempre nosotros el centro, con la pretensión de que todos sean amigos o seguidores nuestros, y seguimos hasta la última consecuencia la frase hecha de «una imagen vale más que mil palabras». Buscamos aprobación, admiración, ser nosotros el modelo para los demás, y que pulsen el signo “me gusta”.
La propuesta de la vida cristiana es precisamente todo lo contrario: «Él debe crecer y yo tengo que menguar». Desde la humildad, viendo la gran desproporción que existe entre nosotros, la criatura, y Dios, el creador, el reto es que cada día Él viva más en nosotros, que podamos decir como san Pablo: «Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). ¿Por qué? Porque me amó y se entregó él mismo por mí, dice san Pablo a continuación.
San Juan era profeta en su tiempo y precursor de Cristo. Nosotros estamos llamados como bautizados a hacer lo mismo, transparentando cada día más a Cristo con nuestra vida, con nuestras palabras y acciones, con nuestro ejemplo, sin protagonismos, sabiendo que el protagonista es él: no queramos hacer sombra al Sol que viene del cielo.
Seamos firmes y claros en lo que creemos ante los demás. La humildad del Bautista no iba en contra de la firmeza de lo que predicaba. Por tanto, no nos dejemos superar por el ambiente en el que vivimos. «Llevamos este tesoro en jarras de barro, para que quede bien claro que este poder incomparable viene de Dios, y no de nosotros» (2 Co 4,7). Todo lo que vivimos, lo hemos recibido de Dios y no es nuestro; nosotros somos la vasija de barro: la fe, la vida, todos los dones son del Señor… todo es de Él.
Pedimos hoy la intercesión de san Juan Bautista, que nos ayude a aprender, como él, a menguar, a mostrar más a Cristo en nuestra vida para poder hacerlo más presente en nuestro mundo, tan sediento y necesitado de la presencia de Dios.