Jesús ha comenzado su vida pública y lo hace llamando a todos a la conversión: «Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio».
La misión que él ha traído a la tierra de parte del Padre es ofrecer a todos la salvación y en ello va a emplear toda su vida y su predicación. Por la salvación de todos ofrecerá su vida.
Jesús sabe que su misión durará el tiempo que dure su vida, pero que una vez resucitado, ascenderá de nuevo al cielo y es necesario que, cuando él ascienda al cielo, esa salvación se siga ofreciendo y predicando en el mundo.
Por eso, llama a unos discípulos, personas que le sigan, aprendan lo que Él les enseñe estando con Él y luego sigan la misión de anunciar a todos su mensaje salvador.
Cristo llama a los apóstoles para que estén con él, conozcan como vive y actúa y luego sean capaces de vivirlo ellos de la misma manera. Para que prediquen su mensaje a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, para que se conviertan y el Señor pueda salvarlos.
Para ellos Jesús sale al mundo y se encuentra con Simón y Andrés, que eran pescadores, y los llama diciéndoles: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Un poco más adelante encuentra a Santiago y a Juan, que estaban con su padre el Zebedeo, y los llama igualmente. Ellos dejaron a su padre Zebedeo y siguen a Jesús.
Los apóstoles van a acompañar a Jesús durante su vida pública y van a aprender de él las actitudes que Él vive y las prioridades que Él tiene. Así se preparan para cumplir la misión que el Señor les va a dar cuando les dice, después de la Resurrección: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,18-20).
Aquellos discípulos eran personas normales, con cualidades y defectos, no eran ni los más inteligentes, ni los más capaces, ni siquiera los mejores, era pescadores, con gran corazón y con gran disponibilidad, dispuestos a dejarlo todo por seguir a Jesús y entregar su vida por cumplir la misión que el Señor les había dado, de ir por el mundo entero y comunicar todo lo que habían aprendido de Él.
Esta misión de la primitiva Iglesia de los apóstoles sigue siendo necesario cumplirla hoy. Para ello, el Señor sigue llamando hoy también a personas normales para que sigan anunciándolo a él y su mensaje a los hombres del mundo entero.
Cristo sigue llamando a su servicio a jóvenes y menos jóvenes dispuestos a entregar su vida al servicio de la misión que Él dio a sus discípulos, la de ofrecer la salvación a los hombres y mujeres de nuestro mundo y de nuestro tiempo.
Pero Jesús vuelve a decirnos a nosotros, los cristianos: «La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies». (Mt 9,37-38).
Hemos de rezar y hemos de animar a jóvenes y menos jóvenes a que estén dispuestos a entregar su vida al servicio de la salvación de los hombres, desde las familias, desde los sacerdotes y desde las comunidades.
Como Cristo llamó a los discípulos, hemos de invitar abiertamente nosotros a otros jóvenes de hoy con corazón generoso, para que entreguen su vida al servicio de la misión que Cristo nos ha dejado a la Iglesia.
Queridos jóvenes, pensad: y Dios ¿no me puede estar llamando para ser su apóstol hoy, para ser sacerdote y entregar mi vida por el Señor y los demás? Pensadlo y responded con generosidad, que merece la pena, porque el Señor nos dará el ciento por uno de lo que dejamos y, después, la vida eterna.