Un año más el 2 de febrero celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Desde el año 1997, por iniciativa de san Juan Pablo II, se celebra ese día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En ese día miramos a la vida consagrada y a cada uno de sus miembros como un don de Dios a la Iglesia y a la humanidad.
El Informe de Síntesis de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo en la segunda parte, concretamente en el capítulo diez, ha tratado de la vida consagrada, como un signo
carismático. Su testimonio ha contribuido en todo tiempo a renovar la vida de la comunidad eclesial, revelándose como un antídoto respecto a la frecuente tentación de la mundanidad. Las diferentes familias religiosas muestran la belleza del seguimiento del Señor sobre el monte de la oración (vida contemplativa) y sobre los caminos del mundo (vida apostólica), en las formas de vida comunitaria, en la soledad del desierto y en la frontera de los desafíos culturales. La vida consagrada, más de una vez, ha sido la primera en intuir los cambios de la historia y de acoger las llamadas del Espíritu. También hoy la Iglesia necesita su profecía.
La comunidad cristiana mira con atención y gratitud las experimentadas prácticas de vida sinodal y de discernimiento en común que las comunidades de vida consagrada han madurado durante siglos.
El lema de este año 2024 es: “Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad”. Las personas consagradas se saben llamadas por Dios para prolongar, a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia, la oblación de Jesucristo hasta la muerte, así como el fiat, el hágase de la Virgen María.
La vida consagrada pone de manifiesto la necesidad que tiene nuestro mundo de la fraternidad, la alegría, la confianza en Jesús resucitado como medicina para la soledad, la tristeza y para cualquier sufrimiento. Es una invitación a ponernos en camino, a ofrecer lo que somos y tenemos, para que se cumpla la voluntad de Dios.
La Santísima Virgen María, mujer consagrada a Dios, es modelo de las personas consagradas en la entrega incondicional a la voluntad de Dios. Ella enseña a vivir con paz, plenitud y alegría el seguimiento radical de nuestro Señor Jesucristo. Nuestra Señora es la Madre que presenta en el templo a su hijo al Padre, dando continuidad al “fíat”, al “sí” pronunciado en el momento de la Anunciación del arcángel san Gabriel. Que Ella sostenga y acompañe siempre a las personas consagradas en su vocación, consagración y misión.
+ Vicente Jiménez Zamora. Administrador Apostólico de Jaca y de Huesca