En este último domingo de septiembre la Iglesia nos invita a celebrar la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Es ya la número 110 del conjunto de jornadas promovidas; la comunidad cristiana lleva ya muchos años orando y reflexionando sobre esta realidad que golpea con fuerza e insistencia nuestra propia conciencia y humedece nuestros ojos ante las escenas vistas en la prensa de papel o en las pantallas de televisión. Es un drama de proporciones sociales inmensas y una tragedia para todos aquellos seres humanos, algunos con pocos años, que arriesgan su vida para conseguir salvarla o mejorarla en lugares distintos a los de su origen. Riesgo que muchos no logran y mueren en las distintas etapas de un incierto y peligroso trayecto lleno de dificultades.
Más de una vez he escrito sobre este tema con mucha preocupación y temor porque es de una gran complejidad que no admite soluciones rápidas y simples. Me parece que si se centra este enorme asunto en el marco del análisis humano, social, económico o poblacional tiene unas connotaciones aptas para fijar los marcos de referencia y buscar soluciones adecuadas; pero cuando entran las confrontaciones ideológicas o partidistas aumentan las dificultades y problemas porque se pretende mostrar que nuestro grupo de pertenencia, sea de pensamiento o de acción tiene la mejor solución. O lo que es peor, la única solución. En demasiadas ocasiones parece que no buscamos acuerdos o consensos, no nos satisface compartir posibles salidas a esta crisis pensando en recibir aplausos o votos y olvidando las personas. A pesar de que los discursos y la repetición de frases y palabras, que quedan bien ante la multitud de oyentes y lectores, caminan en sentido contrario a las acciones que se programan para el acierto de las soluciones. No vale el cinismo ni la hipocresía.
Hay otra variante, aún más terrible, que se suele dar con demasiada facilidad. El insulto, la descalificación o el desprecio hacia los que opinan de manera diferente. No se busca el razonamiento, el argumento o la discusión sobre las ideas. Se pretende silenciar al otro, que no hable, que no cuente ante la opinión pública o que no sea considerado competente en sus apreciaciones y en la búsqueda sincera del bien común. Se lanzan continuamente sospechas o acusaciones contra el otro dando a entender que sólo le mueve el interés propio, el gusto insolidario, o la defensa a ultranza del grupo o partido de pertenencia. Resulta fácil utilizar los términos de xenófobo, racista, homófobo o anti… para descalificar al adversario.
Hablaba antes del temor a opinar por la complejidad de la situación que se ha creado en este campo. Me limito, como responsable de la comunidad católica, a trasladar a vuestro corazón el mandato universal de Cristo, el amor a todos, la acogida personal, el abrazo fraterno. Hay expertos que darán con soluciones. La historia está marcada por grandes problemas y por adecuados desenlaces que sean beneficiosos para todos. En este mismo sentido habla cada año el papa Francisco en el Mensaje que dirige a todos; el actual tiene como título Dios camina con su pueblo. Os aconsejo su lectura y la reflexión personal y comunitaria. Fundamenta su escrito en citas y orientaciones bíblicas además de incidir en documentos eclesiales. Afirma que Dios camina también en su pueblo, en el sentido que se identifica con los hombres y mujeres en el caminar por la historia, -especialmente con los últimos, los pobres, los marginados- como prolongación del misterio de la Encarnación. Termina pidiendo que nos unamos en oración por todos aquellos que han tenido que abandonar su tierra en busca de condiciones de vida digna.
Que nuestras preferencias sean siempre las personas y no los aspectos materiales.