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Jornada Mundial de los abuelos y los mayores

En torno a la fiesta de san Joaquín y santa Ana, abuelos de Jesús, el día 26 de julio, celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial de los abuelos y los mayores el cuarto domingo de julio. Así lo dispuso el papa Francisco en 2021. Este año será el 28 de julio.

Con esta Jornada, el santo Padre nos invita a tomar conciencia de la relevancia de los ancianos en la vida de la familia. de la sociedad y de la Iglesia y sus comunidades y a tenerlos presentes no de forma puntual, sino permanente.

Siempre hemos de dar gracias Dios por los abuelos y los mayores. Siempre hemos de ser agradecidos para con todos ellos: por tantos esfuerzos y sacrificios, por tantas cosas buenas como han hecho por sus hijos y hacen por sus nietos: son un apoyo imprescindible y seguro para muchos padres, abocados al trabajo fuera del hogar. Gracias les damos por su trabajo y testimonio, quizá sencillos, pero muy valiosos, para la Iglesia y la sociedad. Los abuelos son custodios de sabiduría, de valores y de bondad. Atesoran la “riqueza de los años”, de la experiencia y de la historia. Cuando la vida es larga es una bendición de Dios para uno mismo y para los demás. Nuestros  mayores se merecen el afecto, reconocimiento y agradecimiento de todos: de los hijos y de las familias, de la sociedad y de nuestra Iglesia.

Nuestros mayores deben sentirse y ser protagonistas en las familias, en la Iglesia y en la sociedad. No representan solo el pasado; forman parte de nuestro presente y con ellos hemos de contar para construir el futuro. Los mayores, sin embargo, son a menudo marginados. Muchas veces son aparcados y vistos como una carga. En una sociedad que valora sólo la utilidad, la juventud y la rentabilidad económica se olvida la “sabiduría del corazón” que representan los años. Y esta sociedad se vuelve desagradecida precisamente con aquellos que más se lo merecen porque han contribuido con su trabajo a su construcción.

El reconocimiento de nuestros mayores es un acto de justicia. No pueden ser arrinconados, olvidados, abandonados o descartados. Con frecuencia la soledad es la amarga compañera de su vida. Como indica el Papa en su mensaje de este año “la soledad y el descarte de los mayores no son casuales ni inevitables, son más bien fruto de decisiones -políticas, económicas, sociales y personales- que no reconocen la dignidad infinita de toda persona más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Los mayores no están solos. Dios nunca los abandona. La Iglesia tampoco; los tiene presentes y sigue contando con ellos. La familia y la sociedad tampoco los puede abandonar, ignorar o descartar.

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