Este Domingo celebramos la 8ª Jornada Mundial de los Pobres, convocada y promovida por el papa Francisco, para que en toda la Iglesia, comunidades y cristianos, pongamos en el centro a los preferidos de Dios: a los “pequeños”, los últimos, los descartados, los más pobres de la sociedad.
En este año dedicado a la oración para prepararnos al Jubileo de 2025, “Peregrinos de esperanza”, el Papa ha escogido como lema, “la oración del pobre sube hasta Dios”. Porque “la esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre!”. Francisco nos invita a reflexionar sobre esta frase del libro del Eclesiástico a la luz de los rostros e historias de los pobres que encontramos a diario “de modo que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento”.
Orar es “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”, como dice Teresa de Jesús; la oración es un medio privilegiado para encontrarnos con Dios también a través de los pobres. Entrar en el amor de Dios en la oración, nos lleva necesariamente a los pobres y sus necesidades. Los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su sufrimiento, Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia (cf. Si 35,21-22). Como Padre atento y solícito hacia todos, Dios conoce los sufrimientos de sus hijos; cuida de todos y, en especial, de los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren, los olvidados. Pero nadie está excluido de su corazón, ya que, ante Él, todos somos pobres y necesitados.
Necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y rezar por los ellos. Como dice el Papa “la inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su Palabra, los Sacramentos y nuestra atención pastoral privilegiada y prioritaria” (EG 200). Hemos de rezar con ellos para que confíen en Dios en su necesidad. Pero hemos de rezar por ellos, hacer nuestra su oración y también sus necesidades.
Esta Jornada nos llama a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y de sus necesidades. Es una ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres. La oración por los pobres será auténtica si se traduce en obras de cercanía, de encuentro y de caridad. “La fe si no tiene obras, está muerta por dentro” (St 2,17). A su vez, la caridad sin oración corre el riesgo de convertirse en filantropía que pronto se agota. Celebremos esta Jornada no como un día más, sino como camino de conversión para crecer en oración, fraternidad y caridad