El mes de junio está dedicado por la piedad eclesial al Corazón de Jesús. Con esta breve Carta pastoral quiero ofrecer unas orientaciones para vivir adecuadamente la devoción y el culto al Sagrado Corazón de Jesús. A la luz de la Sagrada Escritura, la expresión “Corazón de Jesús” designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El “Corazón de Jesús” es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.
Como han recordado los Papas, desde León XIII hasta Francisco, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura. Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10, 30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mimo como “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). La devoción al Corazón de Jesús es el cumplimiento del costado abierto de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19, 34), símbolo del sacramento admirable de toda la Iglesia.
El texto de San Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20, 20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20, 27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al Sagrado Corazón.
En la Época Moderna, el culto del Corazón del Salvador, tuvo un nuevo desarrollo. En un momento en el que el Jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita misericordia, de la cual el corazón es prenda y símbolo.
La devoción al Sagrado Corazón está recomendad por la Sede Apostólica y los Obispos y promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje y en las imágenes, en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales de la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido esencial de la misma devoción.