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La Cuaresma (I). Un camino de libertad

La Cuaresma, que ha empezado el miércoles 14 de febrero con el rito de la imposición de la ceniza, es el gran tiempo de preparación para la Pascua. Es como un gran “retiro espiritual” vivido por toda la Iglesia en un itinerario bautismal, penitencial y pascual. Es un “tiempo de gracia” (2 Cor 6, 2). Durante esta Cuaresma escribiré cuatro cartas pastorales sobre distintos aspectos de la penitencia.

El Papa Francisco ha escrito un mensaje para la Cuaresma de 2024 titulado: “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”. Invito a su lectura y meditación.

La tradición cristiana ha señalado tres prácticas cuaresmales para vivir el proceso de conversión del corazón: la oración, la limosna y el ayuno. Son caminos de libertad.

Oración.  Este  tiempo fuerte litúrgico es una llamada a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios. Orar es abrirse al viento del Espíritu, que es libertad. Orar es también pedir a Dios que nos libre de trampas y esclavitudes, pedir fuerzas para ser libres. Y orar es también huir de la dispersión, desacelerar, detenerse, encontrarse consigo mismo para encontrar la propia identidad. La falta de libertad nos viene muchas veces, porque vivimos alienados,  no nos reconocemos, ni nos poseemos, nos dejamos arrastrar por las modas y el ambiente. Y llevamos tanto ruido interior, que estamos aturdidos y no nos escuchamos a nosotros mismos, nuestra voz profunda.

Ayuno ¿Por qué el ayuno? El abstenerse de comida o bebida tiene como fin en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como actitud consumista. El hombre es él mismo cuando logra decirse a sí mismo: no. No es la renuncia por la renuncia, sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí. No importa sólo la literalidad del ayuno, sino el ejercicio liberador.

Limosna. Es una expresión de la caridad cristiana. Nos recuerda la necesidad del compartir con los pobres y necesitados. La limosna, bien entendida en la línea de la tradición bíblica, no tiene nada humillante ni para el que da ni para el que recibe. Nace del amor y se convierte en amor. Por eso se mide no por el precio y la cantidad, sino por el corazón. Entonces se supera la tacañería y se hace comunión: se rompe el egoísmo y se convierte en comunicación cristiana de bienes.

La oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de liberación.

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