Queridos hermanos y hermanas:
Jesucristo, con su peculiar estilo que lo inunda todo de belleza, nos abre las puertas del corazón de Dios para introducirnos en esa intimidad divina donde descubrimos –con el alma y la vida empapados de asombro– que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Una familia de amor que rememoramos hoy con la solemnidad de la Santísima Trinidad, formada por tres Personas en un solo Dios, que nos adentra en el misterio fundamental del cristianismo: el misterio trinitario.
Tres Personas en un solo Dios que comparten la misma naturaleza, el mismo poder y la misma divinidad. Trinidad santa que nos enseña a vivir en comunión, en humildad y a imagen de Dios, que es enteramente amor (cf. 1 Jn 4, 8) en cada una de las tres Personas.
En el corazón de este misterio en el que Dios nos envía a Jesucristo para comunicarnos su vida redentora, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo y ungidos por el Espíritu Santo, hoy conmemoramos la Jornada Pro Orantibus: un día donde hemos de tomar conciencia, de una manera especial, del valor, la labor y la presencia de la vida contemplativa en todos los rincones del mundo.
Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: «¡Hágase tu voluntad!», reza el lema de este año. Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada recuerdan, en su mensaje, a «los que rezan»: porque «atravesar los muros de un monasterio permite comprobar que allí la realidad se rige por una ley que surge de las entrañas del Evangelio: contemplar para asentir a la verdad y la bondad y la belleza del Dios que se revela a cada instante».
Los monasterios contemplativos, «con el silencio orante y el sacrificio escondido, sostienen maternalmente la vida de la Iglesia», confesó el papa Francisco en noviembre de 2022, memoria litúrgica de la Presentación de la Santísima Virgen María en el Templo. Así, siendo lámparas encendidas en el camino hacia el Padre, son los testigos de la Luz que disipa las sombras más oscuras de nuestra fe.
Los monjes y monjas contemplativos, desde la clausura que vela cada una de sus vidas en tantos monasterios y conventos, «dedican únicamente su tiempo a Dios en la soledad y el silencio, en la oración constante y en la penitencia practicada con alegría» (Perfectae caritatis, 7). La soledad, el silencio y la alegría, perfeccionadas con el trabajo, la ascesis y la entrega, son las virtudes monásticas que responden con generosidad a un Amor –el de Dios– que sobrepasa toda razón, todo sentido y todo entendimiento.
En nuestra archidiócesis de Burgos contamos con numerosos monasterios contemplativos, habitados por un continuo peregrinar que busca a Cristo en el sigilo, lejos del mundo y cerca del corazón de Dios: donde sobran los motivos para la esperanza, porque todo permanece con Él y en Él, aferrado a su corazón consagrado. Así, al mirarnos en el rostro de Cristo, «como la vida contemplativa hace y nos invita a hacer», tal y como destacan los obispos en su carta, «dejamos por un momento de considerar nuestro propio interés para acoger el querer del Padre; y el querer del Padre no es sino que el hombre viva conforme a la gloria del rostro de su Hijo».
Desde su vida retirada, que es un inmenso don de Dios y una ofrenda permanente escondida en Su fragilidad, los contemplativos van moldeando nuestro espíritu llagado, velando nuestras miradas apagadas y cuidando nuestras noches más oscuras. Porque cuando todo parece hundirse ante nuestros ojos, con su oración callada, las vocaciones contemplativas permanecen con el alma arrodillada ante nuestro dolor.
El amor es la vocación del alma contemplativa. Y en ese latido viven cada día estos hermanos y hermanas, aunque sus nombres queden escondidos. Merced a esa plegaria silente, fraguada en el ofrecimiento diario, ellos nos enseñan que sólo el amor sana las grietas más profundas y nos asemeja a Cristo.
Sólo amando al Señor, amamos a los que Él ama. Así, apartados del ruido y en la vanguardia de la misericordia, nuestras comunidades monásticas abrazan cada sentir de un mundo por el que Jesús ha dado la vida.
Hoy, con la Virgen María y a la luz de la Santísima Trinidad, oremos por los que oran, por esta Iglesia contemplativa que espera, con un profundo e incontestable gozo, la venida del Esposo para estar a su lado en el banquete de las bodas eternas.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.