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La Virgen del Pilar, sentida por un aragonés

Que un aragonés hable de la Virgen del Pilar, parece que se aleja de la objetividad, aunque tampoco me importa mucho. Porque no pretendo ser objetivo. Hablar de la Virgen del Pilar es hablar desde el corazón, desde los sentimientos más íntimos, vividos personalmente, como iglesia, en familia, o con aragoneses.

He visitado muchas veces Zaragoza, unas por responsabilidad y otras por devoción, en todas he intentado visitar la Basílica del Pilar, y allí a la Virgen. Entrar en el templo es visitar a la madre, con ese sentimiento entremezclado de cariño y veneración. Visitar la Virgen del Pilar es ir a tu casa. Siempre encuentras gente, unos de visita, pero también muchos otros rezando ante la imagen de Nuestra Madre en la Santa Capilla o escuchando misa. Otros me los cruzo haciendo cola para besar el pilar o esperando para la confesión.

Un primer sentimiento que me brota al entrar en la Basílica del Pilar es que voy a casa de la madre. Me siento en un banco de la Santa Capilla y tengo el sentimiento que me estaba esperando. Percibo que se alegra de mi llegada. Miro a la Virgen, veo que ella me mira, no aparta la mirada de mí, como solo lo hace una madre. Mi madre Miguela, fallecida hace dos años, entre sus devociones marianas estaba la Virgen del Pilar. En cada rincón de nuestra casa aparecía una imagen, una estampa, una medalla. Ese sentimiento lo he heredado de mi madre, por eso entrar en la Basílica del Pilar es entrar en la casa de la madre, que me espera, me mira, y se alegra de mi llegada…creo que me sonríe. Besar el pilar de la Virgen, es besar a la madre. Un pilar gastado de tanto besarlo, de tanto tocarlo, pero ¡cuánto amor y cariño contenido hay en ese pilar! ¡cuántas oraciones y lágrimas de petición recogen ese pilar desgastado!

Un segundo sentimiento que me encoge, es el de la misericordia y perdón. Entrar en la Basílica es salir renovado, nuevo, perdonado. Siempre que entro en el Pilar veo sacerdotes que están confesando, para perdonar, para redimir, para limpiar, para dar la oportunidad de comenzar una nueva vida. Entrar en la Basílica del Pilar es salir reconfortado, con Dios, con uno mismo y con la humanidad. Es como si hubiésemos hecho las paces con el mundo. La confesión que nos ofrece el Pilar es la oportunidad para volver a empezar. María, nos abre la puerta de la reconciliación. María, como buena madre, siempre perdona, tapa nuestras faltas, porque comprende y entiende la debilidad de sus hijos.

Un tercer sentimiento que me invade cada vez que visito el Pilar, son las banderas de la mayoría de países latinoamericanos que penden de la pared de su Basílica. Son países hermanos a los que la Virgen del Pilar ha acogido bajo su manto. Son países, que, en su momento, la Virgen del Pilar fue su madre, su protectora. En muchos casos se acercaron a Dios a través de la Virgen del Pilar. La madre mira con especial cariño a todos estos hombres y mujeres que han tenido que dejar su tierra, su vida. María, sabe mucho de emigración. Ella, que también tuvo que huir a Egipto, abre las puertas de su casa para acoger a inmigrantes, que por necesidades económicas, sociales, de situaciones políticas o de guerra, han tenido que abandonar su casa y su tierra. La Virgen del Pilar es modelo de acogida, de apertura al inmigrante, al diferente. La Virgen de Pilar es la madre de las oportunidades, la madre de brazos abiertos, ante necesidades de acogida y desesperación. En este tiempo en que tanto se cuestiona la inmigración, la Virgen del Pilar es la gran valedora de los inmigrantes que dejando su tierra vienen a nuestra tierra por un futuro mejor. La Virgen del Pilar nos da lecciones de acogida, de tolerancia, de respeto, de amor al inmigrante, al diferente, porque todos son hijos de Dios. Saben que la Virgen del Pilar no les va a fallar.

La Virgen, en su basílica, nos ofrece un gran pilar. Estas situaciones de problemas, de dificultad, de inmigración solo se pueden superar, vencer, apoyándose en un gran pilar, en el de la Virgen. El pilar sobre el que descansa la Virgen es el pilar de la fe, de la superación, de la lucha, de la resistencia ante las dificultades que nos va generando la vida. El pilar de Zaragoza, de la Virgen del Pilar es nuestra fortaleza, nuestro consuelo. Teniendo el pilar de la Virgen, ¿qué podemos temer?

Llegando al final de mi carta, sé que no he sido muy objetivo, soy aragonés, de Teruel, pero ante una madre ¿quién es objetivo cuando el corazón salta de gozo?

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