Pedro Nolasco percibió a comienzos del siglo XIII una necesidad social, eclesialmente desatendida. Escuchó la voz de Dios y de María de la Merced y fundó la Orden de la Merced el 10 de agosto de 1218. La redención de los cautivos se convierte en misión pastoral de la Iglesia y de la Merced. Fueron 561 años de redenciones y libertades. La última redención de cautivos por los mercedarios tuvo lugar en Argel y Túnez el año 1779. Para muchos cautivos la libertad se llamaba MERCED.
El cuarto voto de los mercedarios era el de redención. Consistía en ir a tierra musulmana a redimir cristianos cautivos a través de dinero. Cuando la cantidad no era suficiente, el mercedario quedaba de rehén a cambio de la libertad de varios cautivos, a la espera de la llegada del dinero para su liberación. En bastantes ocasiones ese dinero no llegaba y los mercedarios eran martirizados por ser fieles a la fe.
Así pues, la historia de las redenciones hasta el siglo XVIII, fecha de la supresión legal de la esclavitud, está regada con la sangre de numerosos mercedarios (se habla de varios cientos), que, guiados por su compromiso religioso, ofrecieron su vida por la libertad de los cautivos. Una sangre que no fue derramada en vano, pues historiadores de la Merced manejan la cifra de 60.000 personas liberadas por medio de redenciones mercedarias.
Abolida la esclavitud, se exige una nueva respuesta, un ejercicio de adaptación a las nuevas formas de cautividad. En la actualidad no hay esclavitud ni cautividad, ¿qué lugar ocupa, entonces, la Merced y los mercedarios en nuestros días? Iluminados por el carisma de redención, descubrimos unos nuevos cautivos, nuevos oprimidos, nuevos hombres y mujeres que necesitan de María de la Merced: son los presos. Tanto la sociedad como la Iglesia así lo han entendido. El 27 de abril de 1939, la Virgen de la Merced fue declarada en España y en muchas partes del mundo, patrona de las prisiones. Presos y familias, así como trabajadores de la institución penitenciaria, celebran su fiesta. Mientras exista un preso, la presencia de María de la Merced será necesaria en las cárceles, y la iglesia deberá poner al servicio del cautivo su vida y su ser.
Merced, palabra que nos indica misericordia, beneficio, regalo, favor gratuito, solidaridad…, para las personas cautivas y oprimidas, es lo que pretende ser la Virgen de la Merced para los presos y sus familias, cuando cada 24 de septiembre se celebra en todas las cárceles su fiesta, su recuerdo y su memoria. Para muchos presos libertad se llama MERCED. María, en este contexto, nos sugiere una mirada al Evangelio, a descubrir a Cristo en el rostro de cada hermano encarcelado. Ella, como Madre, abre los corazones de sus hijos presos para ofrecerles la libertad.
Cada 24 de septiembre, las cárceles se visten de fiesta; así es aunque parezca mentira. También hay fiesta en cautividad, en la cárcel. También el pobre tiene derecho a vivir con esperanza la fiesta de la libertad, la fiesta de la Merced. En torno a María de la Merced se organizan actividades, concursos, festivales…todo sabe a fiesta que culmina con la celebración de la eucaristía. Impresiona ver a un preso cantar a la Virgen, emocionarse cuando dice “Madre óyeme, mi plegaria es un grito en la noche…”. Y allí está ella, María de la Merced, arropando con su manto al hombre y mujer en prisión.
El próximo 24 de septiembre estaré en la prisión de Pamplona. Lo haré como lo he venido haciendo durante los últimos 35 años. Compartiré con los hombres y mujeres presos la fiesta de su madre, la Virgen de la Merced. Es mi fiesta y qué mejor lugar para celebrarla que en la cárcel. A ella le rezarán los hombres y mujeres presos/as, le cantarán, pero, sobre todo, le pedirán misericordia y libertad. Y con ellos, los capellanes y voluntarios de pastoral penitenciaria nos uniremos a los gozos y esperanzas de estos hermanos/as nuestros/as que claman libertad. Una libertad que tiene nombre de mujer, MERCED.