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Los jóvenes. ¡Jesús es joven para siempre!

Aunque ya el Papa San Pablo VI había tenido en varias ocasiones encuentros con jóvenes de todo el mundo, fue sobre todo San Juan Pablo II que tuvo la iniciativa de convocar a los jóvenes en un encuentro mundial de la Juventud en Roma el año 1984 y desde entonces se han ido repitiendo estos encuentros cada tres o cuatro años. En nuestra diócesis hemos ido tomando conciencia de la necesidad de velar de manera especial a quienes se encuentran en esta etapa de la vida que es la juventud.

Pero, ¿por qué son importantes los jóvenes? La juventud es una etapa de la vida, un tiempo que pasa, pero con características propias como son la energía, la vitalidad, la alegría, el empuje. Un tiempo agitado, a veces añorado, a veces idealizado, Un tiempo en el que se enfoca la vida y se consolidan los proyectos que configurarán la existencia de la persona en este mundo.

Y no es una etapa fácil de la vida dada la complejidad del mundo actual con lo que tiene de incertidumbres sobre el futuro profesional o vital, de construcción de la personalidad con tantos condicionantes, de maduración y de estilos muy diferentes. En general, todos coincidimos en la necesidad de cuidar y acompañar a los que se encuentran en esta época de la vida que propiciará su integración responsable en la Iglesia y en la sociedad.

El ambiente que nos rodea, y a los jóvenes especialmente, está marcado por la ruptura de vínculos y de transmisión de cultura, el olvido de la historia, el proceso de secularización y alejamiento de la Iglesia, el relativismo moral, y una globalización y multiculturalidad unidas a una abrumadora presencia de las redes sociales que cada vez más conforman un universo virtual que no coincide con el real, que condiciona la vida y especialmente la de los jóvenes.

La Iglesia, los cristianos, intentamos dar respuesta a los desafíos que todo esto supone y potenciar los elementos que pueden ayudar a conformar su personalidad, al crecimiento de su vida interior y espiritual, a su sentido de pertenencia a una comunidad, con una formación sólida, a ser solidarios con el sufrimiento humano, a un estilo de vida más austero y comprometido con las causas más nobles.

Por todo ello nacieron las actividades y peregrinaciones diocesanas que cada verano reúnen a un buen número de jóvenes de diversas parroquias. Personalmente, como obispo, he tenido la suerte de poder acompañar a los jóvenes en estos encuentros. Hace unos días en Montmeló, se convocó un festival de música de adoración y alabanza llamado «Har Tabor», combinando actuaciones musicales con momentos de oración, con testimonios, con confesiones, con la celebración de la Misa y la adoración de la Eucaristía. Ha sido una experiencia enriquecedora que puede ayudar a los jóvenes a unir elementos tan diversos como la música, la oración y los espacios de vida interior.

Intentamos ayudar a los jóvenes a descubrir los verdaderos valores de la vida y del evangelio, a encontrar a Dios en sus vidas en la comunión de la Iglesia, y a que tomen conciencia de su importancia y responsabilidad en el presente y en el futuro.

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