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Monseñor César Franco: «La poesía me ayuda a entender mejor el Misterio»

El obispo de Segovia, monseñor César Franco, Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, presenta en Madrid Visiones

Seis meses después de alzarse con el galardón, recibido con sorpresa, puesto que es su primer poemario, la Fundación Fernando Rielo presentó en Madrid el libro de monseñor César Franco Martínez, obispo de Segovia. Una recopilación de poemas que, bajo el título de Visiones, recoge la experiencia y reflexiones del autor. Minutos antes de la presentación charló con ECCLESIA.

¿Cómo ha recibido este premio? ¿Qué ha significado para usted?
Lo he recibido con sorpresa, porque nunca se me había ocurrido presentarme a un premio de literatura, de poesía. Me animó mucho un amigo mío y, al final, me presenté. Primero, fue sorpresa y, luego, agradecimiento, porque es una forma también de llegar a la gente desde un nivel que no es puramente ministerial, del obispo o de un sacerdote, sino a través de la poesía, de la literatura. Para mí fue una gracia de Dios. Escribo lo que vivo, no me invento cosas —que también la invención es fundamental en la creación literaria—.

De manera que fue sorpresa, agradecimiento y satisfacción. Porque escribir no es fácil, cuesta. Cuando ves que hay un reconocimiento, pues dices «bendito sea Dios».

No sé si lleva mucho tiempo escribiendo. ¿Qué es lo que le lleva a escribir poesía?
Yo he escrito muy poco. Empecé de muy jovenzuelo, porque mi madre en la escuela —mi madre era maestra— nos enseñaba a aprendernos poemas de memoria. Después, en el seminario, también se cultivaba mucho la poesía, allí había también cafés literarios, encuentros literarios.

Yo he escrito desde mi adolescencia poemas sueltos cuando ocurría algo importante, cuando murió mi hermano, que fue una muerte muy trágica en el monte. En situaciones de esas que tienes ganas de expresar algo. Pero fue, sobre todo, cuando me marché a Jerusalén a estudiar Biblia. Me mandó el obispo a estudiar allí a la Escuela de Jerusalén y, al hacer exégesis, crítica literaria y sumergirme en la Biblia, pues la Biblia fue para mí un pozo sin fondo, porque hay literatura y poesía, de todo. Y, sobre todo, el misterio de Dios presente en todo. Cuando se habla de poesía mística, no se trata de aquellos que han tenido visiones o han tenido iluminaciones especiales, sino que lo místico es lo más real, también porque lo encuentras, como decía santa Teresa, en los pucheros o en los garbanzos, decía también San Juan de la Cruz.

Me ha ayudado también como una forma de orar o de expresar los sentimientos de la oración que a veces no es fácil. Y luego he ido haciendo recopilaciones que me pedían cuando era cura aquí en Madrid, escribí textos para la liturgia de la Misa del Sínodo. Luego, en la JMJ de Madrid, hice el texto del himno —la música es de un compositor vasco—. Y luego publicaba de vez en cuando en Alfa y Omega. Como era obispo, me pidieron algo para Navidad e hice un poemario de Navidad.

Pero yo nunca había pensado en hacer publicaciones formales, hasta que en esta ocasión dije: hago una recopilación de cosas que tengo y otras nuevas. Los veranos sigo yendo a Jerusalén, a la escuela donde estudié. Allí, entre estudio y paseos por la ciudad, escribo. Aquí hay un poema que es de un joven que vive allí en la Puerta de Jaffa, un poema que se titula «Soledad». Así ha ido creciendo el libro.

Cuando recogió el premio dijo que el libro «ofrece visiones, terrenales y celestes a los que como yo experimentan que la fe es a veces clara y oscura». ¿Le ayuda escribir a traspasar esta oscuridad?
Algunos de los poemas los he hecho cuando tengo lo que llamamos los sacerdotes la desolación de la oración, que te cuesta orar por la oscuridad que supone. O la espesura que dice san Juan de la Cruz. Entonces, me ayuda muchísimo, porque la poesía, al tener que sintetizar, al tener que expresar con pocas palabras lo que tú vives, las evidencias, las emociones, es un camino de apertura que te lleva a entender mejor el Misterio. No digo totalmente, porque el Misterio es inaprensible, pero lo has dicho muy certeramente. No me acordaba de que había dicho eso, pero, evidentemente, sí me ayuda a superar las desolaciones. Como me ayuda ver un cuadro, a veces yo rezo mejor con un cuadro y de hecho tengo algún poema que son impresiones que he recibido de Los discípulos de Emaús, que está en París, de Rembrandt, o la escultura de Mark Billinger, que es un alemán que hizo un Ecce Homo que es una maravilla. Esos poemas han nacido por ver la pintura o la escultura.

En este sentido, poesía como la suya, ¿puede ayudar también a los no creyentes?
He estado siempre muy interesado en entender a los no creyentes, en entender a los escépticos sobre Dios. De hecho, aquí hay un poema que es sobre santa Teresa de Jesús, un diálogo ficticio en el que le dicen, ¿pero de verdad que solo Dios basta? y Santa Teresa —bueno, yo haciendo de Santa Teresa—responde. Yo creo que sí, porque me pongo en ese límite de la razón, de la fe, de lo incomprensible de Dios, del misterio de Dios que a veces nos dice «es imposible que Dios exista o es imposible que esto sea así», el dolor humano, por ejemplo, o tantas otras experiencias humanas.

Es una poesía que puede leerla alguien que no crea y yo no digo que por eso vaya a creer, pero puede entender también al que cree. A veces, se piensa que los creyentes, con eso de que creemos en Dios, estamos como nadando en el aceite, o en el Mar Muerto que se flota. Pues no es así, porque tienes las mismas intrigas, planteas las mismas preguntas que se hace un ateo, que se hace un agnóstico.

Quería preguntarle justo sobre esto, porque en uno de los poemas se expresa muy bien este grito humano, habla de una herida que queda al descubierto. ¿Cree usted que en la sociedad actual esta herida o esta pregunta está más abierta o es más urgente?
Yo creo que sí, aunque algunos no la formulen. A veces no se formula, pero yo, como sacerdote u obispo, cuando me encuentro con la gente, veo que hay mucha sed de Dios, mucha sed de respuestas. No se hacen preguntas, porque les falta, a lo mejor, cultura o formación religiosa para entender lo que es la fe y lo que es la religión. Pero yo me he encontrado con gente que cuando rascas un poco así en la superficie, te sale un volcán de cuestiones, a veces con cierta agresividad: ¿pero cómo Dios va a permitir esto?, ¿pero cómo Dios lo hace así? O a veces diciendo, ¿pero Dios es así realmente?, ¿pero Dios perdona todo?, ¿pero Dios no es un dios de los que nos hablaban -según algunos- en el Antiguo Testamento, el Dios que se venga, el Dios sediento? No, no tiene nada que ver. Hay que entender cada cosa en su cultura y en su momento histórico.

Yo creo que esa herida es cada vez más profunda y es que no se cerrará, no se puede cerrar si no se da una respuesta a esas cuestiones, quedan en el aire y yo no sé cómo a veces se puede vivir así en el aire, sin saber. No digo con esto que una vida sin Dios no tenga sentido para el que no cree, porque él lo busca y él sabe que tiene un sentido. Yo pienso que todo hombre encuentra su sentido, pero en la totalidad, en lo que es la visión completa del ser humano llamado desde la experiencia de Dios a la trascendencia, se queda como sediento de algo, de un agua viva, como le dice a la samaritana Jesús. Yo lo experimento cada vez más en el trato, incluso sin que yo lo busque, porque me encuentro con personas que cuando se dan cuenta de que soy obispo me preguntan.

O muchos jóvenes. He bautizado ahora a dos chicos jóvenes en Segovia, uno de Francia, que es de familia no creyente y que aquí ha encontrado la fe. Y a otro chico segoviano, al que sus padres no le bautizaron. Y ha sido por el contacto con otras personas.

En Pascua, bauticé a 64 adultos en la catedral. La chica de este francés que bauticé, que ha venido, estaba llorando en la ceremonia. Ella también se está preparando para el Bautismo. Es un fenómeno muy frecuente y que nos recuerda a la evangelización de los primeros siglos de la Iglesia.

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