Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Canción Las Bienaventuranzas

Música: «Celebremos unidos a la Virgen María», de F. Palazón

 De Fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD. Música: «Celebremos unidos a la Virgen María», de F. Palazón

         «Cristo,_alzando tus ojos, / tus discípulos miras». / Las Bienaventuranzas / nacen de tu mirada: / pobres son y los odian; / suerte_es de quien te_agrada.

O bien:

         «Vivo yo, dice Pablo, / pero Cristo_en mí vive». / Son las Buenaventuras / Cristo_en quien a_él le sigue: / si_él sufrió y_es en gloria, / quien le_es fiel ello vive.

O bien:

         «Son las Buenaventuras / cual retrato de Cristo: / manso,_humilde y puro, / ve la faz de Dios mismo; / se da_en cruz y construye / paz, y_en él busca_unirnos.

 

1.       Dichoso quien es pobre_en el espíritu, / celeste Reino_halló; / dichosos son los mansos, pues la tierra / tendrán en posesión.

 

2.       Dichosos los que lágrimas derraman, / Dios los consolará; / dichosos los hambrientos de justicia, / Dios los satisfará.

 

3.       Dichosos los de_obrar misericordia, / de Dios la alcanzarán; / dichosos los de corazón sin mancha, / la faz de Dios verán.

 

4.       Dichosos los pacíficos, pues hijos / serán del Padre Dios; / dichoso quien, por justo,_es perseguido, / celeste Reino_halló.

 

5.       Dichosos si, por mí, os insultaren, / os odien y_hagan mal. / Así les fue también a los profetas. / ¡Gran gloria celestial!

 

6.       Sois de la tierra sal y luz del mundo, / ¡brillad ante_él, brillad! / Y viendo vuestro buen obrar den gloria / al Padre celestial.

 

 

Cf Mt 5, 1?16; Lc 6, 20-23.

Juan Pablo II, Ángelus 1?11?1991: «A todos los que siguen el camino indicado en las bienaventuranzas evangélicas, Dios los llama a una comunión profunda con él. En efecto, los santos son los que han realizado el programa del sermón de la montaña y se han hecho pobres, humildes, misericordiosos, caritativos, pacientes, puros de corazón y constructores de paz por amor de su nombre. Nosotros debemos comportarnos así si queremos seguir su destino de bienaventuranza sin fin».

Benedicto XVI, Jesús de Nazaret-1, IV, 1 (pp. 98-102): «El marco en el que Lucas sitúa el Sermón de la Montaña ilustra claramente a quién van destinadas en modo particular las Bienaventuranzas de Jesús: “Levantando los ojos hacia sus discípulos…”. Cada una de las afirmaciones de las Bienaventuranzas nacen de la mirada dirigida a los discípulos; describen, por así decirlo, su situación fáctica: son pobres, están hambrientos, lloran, son odiados y perseguidos (cf Lc 6, 20ss). Han de ser entendidas como calificaciones prácticas, pero también teológicas, de los discípulos, de aquellos que siguen a Jesús y se han convertido en su familia.

A pesar de la situación concreta de amenaza inminente en que Jesús ve a los suyos, esta se convierte en promesa cuando se la mira con la luz que viene del Padre. Referidas a la comunidad de los discípulos de Jesús, las Bienaventuranzas son una paradoja: se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos.

Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que “se invierten los valores”. Son promesas escatológicas, pero no debe entenderse como si el júbilo que anuncian deba trasladarse a un futuro infinitamente lejano o solo al más allá. Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo del éschaton, de lo que está por venir, está presente. Con Jesús, entra alegría en la tribulación.

Las paradojas que Jesús presenta en las Bienaventuranzas expresan la auténtica situación del creyente en el mundo, tal como las ha descrito Pablo repetidas veces a la luz de su experiencia de vida y sufrimiento como apóstol: “Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los sentenciados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobres que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen” (2Co 6, 8-10). “Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan…” (2Co 4, 8-10).

Lo que en las Bienaventuranzas del Evangelio de Lucas es consuelo y promesa, en Pablo es experiencia viva del Apóstol. Se siente “el último”, como un condenado a muerte y convertido en espectáculo para el mundo, sin patria, insultado, denostado (cf 1Co 4, 9-13). Y a pesar de todo experimenta una alegría sin límites; precisamente como quien se ha entregado, quien se ha dado a sí mismo para llevar a Cristo a los hombres, experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte “para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Co 4, 11).

Cristo sigue sufriendo en sus enviados, su lugar sigue siendo la cruz. Sin embargo, él es de manera definitiva el Resucitado. Y si el enviado de Jesús en este mundo está aún inmerso en la pasión de Jesús, ahí se puede percibir también la gloria de la resurrección, que da una alegría, una “beatitud” mayor que toda la dicha que se haya podido experimentar antes en el mundo. Solo ahora sabe lo que es realmente la “felicidad”, la auténtica “bienaventuranza”, y al mismo tiempo se da cuenta de lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se consideraba como satisfacción y felicidad.

En las paradojas vividas por san Pablo, que se corresponden con las paradojas de las Bienaventuranzas, se manifiesta lo mismo que Juan había expresado de otro modo al describir la cruz del Señor como “elevación”, como entronización en las alturas de Dios. Juan reúne en una palabra cruz y resurrección, cruz y elevación, pues para él lo uno es inseparable de lo otro. La cruz es el acto del “éxodo”, el acto del amor que se toma en serio y llega “hasta el extremo” (Jn 13, 1), y por ello es el lugar de la gloria, del auténtico contacto y unión con Dios, que es Amor (cf 1Jn 4, 7. 16). Así, esta visión de Juan condensa y nos hace comprensible en definitiva lo que significan las paradojas del Sermón de la Montaña.

Estas observaciones sobre Pablo y Juan nos han permitido ver dos cosas: las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. Se hacen más concretas y reales cuanto más se entregan los discípulos a su misión, como hemos podido comprobar de un modo ejemplar en Pablo. Lo que significan no se puede explicar de un modo puramente teórico; se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor. Esto deja claro un segundo aspecto: el carácter cristológico de las Bienaventuranzas. El discípulo está unido al misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con él: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20). Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Pero son válidas para los discípulos porque primero se han hecho realidad en Cristo como prototipo.

Esto resulta más claro si analizamos la versión de las Bienaventuranzas en Mateo (cf Mt 5, 3-12). Quien lee atentamente el texto descubre que las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza (cf Mt 8, 20), es el auténtico pobre; él, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy sencillo y humilde de corazón (cf Mt 11, 29), es el realmente humilde; él es verdaderamente puro de corazón y por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con él. Pero precisamente por su oculto carácter cristológico las Bienaventuranzas son señales que indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si bien de modo diferente, según las diversas vocaciones».

This Pop-up Is Included in the Theme
Best Choice for Creatives
Purchase Now