Con motivo de la celebración de la IV Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, el día 28 de julio, el Papa Francisco nos ofrece un Mensaje tierno y esclarecedor del que nos hacemos eco. Parte de la convicción bíblica de que Dios nunca abandona a sus hijos, ni siquiera cuando llegan a una edad avanzada y flaquean sus fuerzas, tampoco cuando la vida se hace menos productiva y su presencia y relieve social se ven afectados.
La Escritura nos muestra a un Dios siempre fiel, y que no deja de mostrar su misericordia, ni siquiera cuando le traicionamos. El que nos creó, el que nos llamó a colaborar en su misión, estará con nosotros, incluso cuando nos flaqueen las fuerzas y la lucidez mental deje paso al olvido y a la confusión. Pero, además de mostrar esta firme convicción, la Biblia se hace eco de una sentida súplica al Señor: “No me rechaces ahora en la vejez” (Sal 71, 9). No se trata de una contradicción. Frente a la actitud de Dios, se hace realidad la triste respuesta humana del abandono, comprobable en el caso de muchos mayores que permanecen en sus casas en medio de la soledad y el silencio y de otros que, en las residencias, apenas reciben visitas de sus familiares y allegados.
El Santo Padre se detiene a analizar las múltiples causas de esta soledad. Señala, en primer lugar, que, en muchos países, los hijos se han visto obligados a emigrar por motivos bélicos. En otros casos, las madres con niños pequeños dejan el país para dar seguridad a sus hijos. Y, en fin, hay personas mayores que quedan solas en ciudades y pueblos devastados por la guerra, tal como estamos viendo que sucede en Ucrania.
Siendo tristes todos estos motivos de abandono, lo es más todavía cuando se debe a una falsa creencia que genera hostilidad contra los ancianos acusados de recurrir a la brujería para quitar energías vitales a los jóvenes. Por desgracia, esta mentalidad de “robar el futuro a los mayores” está muy presente hoy en todas partes, incluso en las sociedades más avanzadas y modernas. Por ejemplo, se les acusa de que “hacen pesar sobre los jóvenes el costo de la asistencia que ellos requieren, y de esta manera quitan recursos al desarrollo del país y, por ende, a los jóvenes”.
Me gustaría añadir aquí una apreciación muy personal. Me resulta especialmente significativo y doloroso el aprecio que muestran los hijos y, en su caso, los sobrinos, a la hora de reclamar la herencia material de sus predecesores, en contraste con el menosprecio que suelen mostrar hacia la herencia cultural y, particularmente, la religiosa. Pero últimamente resulta aún más escandaloso, que hasta esa riqueza material que han generado se les pretenda “quitar” para “favorecer” el futuro de la sociedad.
El Papa sigue diciendo que “la contraposición entre las generaciones es un engaño y un fruto envenenado de la cultura de la confrontación” y que, contraponer a los jóvenes y a los ancianos es una “manipulación inaceptable”. Añade que la soledad y el descarte no son casuales ni inevitables, sino fruto de unas decisiones que no reconocen la dignidad infinita de cada persona, independientemente de su situación. Influye también la cultura individualista que va en aumento y nos hace creer que nos valemos solos. Sólo cuando llega la fragilidad, se descubre la mentira que hay detrás de esta convicción, pero este descubrimiento, con frecuencia llega tarde.
Finalmente, el Santo Padre nos propone un testimonio. La anciana Noemí, después de la muerte de su marido y de los hijos, invitó a sus nueras Orpá y Rut a regresar a su país de origen. Noemí teme quedarse sola, pero sucumbe a la mentalidad general que da por buena esta solución. Pero Rut siente que esa anciana la necesita y, con valentía, permanece a su lado. Ojalá cunda el ejemplo. Hasta septiembre. Les deseo un feliz y santo verano.