El Día Internacional del Voluntariado es un día para reconocer, agradecer y celebrar la labor solidaria y generosa que realizan miles de personas voluntarias en nuestros pueblos y ciudades.
No son invisibles, pero su acción huye de cualquier protagonismo. No son, como dice el papa Francisco, superhombres, sino vecinos y vecinas de casa, que en silencio se hacen pobres y con los pobres, no solo dando cosas, sino escuchando e intentando comprender la situación que viven las personas empobrecidas y trabajando por su promoción, implicándolas y acompañándolas en un proceso de cambio y de responsabilidad. No cabe duda que el Reino de Dios se hace presente y visible en este servicio generoso y gratuito.
En estos tiempos de crisis, cuando se acrecientan las brechas de la desigualdad social y se generan tantos sufrimientos e incertidumbres, la tarea del voluntariado se hace, si cabe, más necesaria que nunca. Vivimos tiempos difíciles. La desesperanza, el miedo y el dolor pasean por nuestras calles y corremos el riesgo de que la indiferencia se convierta en nuestro estilo de vida, por ello, necesitamos ver, sentir y escuchar a personas gratuitas y serviciales, para que no se nos endurezca el corazón.
Ser voluntario da sentido a la vida
Mirar a la persona empobrecida y vulnerable, acercarse a ella, escucharle y ofrecerle la mano da sentido a la vida, ayuda a superar las barreras de la indiferencia y conduce a ir a lo esencial del Evangelio.
Enfermos, ancianos, migrantes, personas sin hogar, familias vulnerables… esperan oídos, corazones y manos, para mostrarles con gestos concretos el rostro misericordioso de Dios. El modelo es el del buen samaritano que, con entrega, sin esperar reconocimientos ni gratitudes, cuida la fragilidad humana con proximidad solidaria y atenta, se hace cargo del dolor sin pasar de largo de los que están al costado de la vida, considera las dificultades como oportunidades para crecer y lo hace con otros, no individualmente, buscando ese «nosotros» que sea más fuerte que la suma de acciones individuales.
Alumbrar un mundo lleno de sombras.
En medio de un mundo en el que persisten numerosas formas de injusticias, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en la ganancia, que no duda en explotar y descartar, la persona voluntaria ama el bien común y busca el bien de todas las personas, sintiéndose parte activa en la rehabilitación y sanación de una sociedad herida. Desde la más genuina caridad política y un trabajo en red, trata de generar procesos sociales de fraternidad y justicia social para todos, que permitan modificar las condiciones sociales que provocan sufrimiento y pobreza y hace que los derechos humanos sean respetados.
Reconocer, agradecer y celebrar la vida entregada
Queridos voluntarios y voluntarias, hoy queremos reconocer lo importante y necesaria que es vuestra labor, vuestro tiempo, vuestra dedicación. Hoy reconocemos vuestra donación, ese dar que es tan importante como ser capaces de recibir de todas las personas con las que compartís camino.
Queremos agradecer vuestra mirada cálida y vuestra sonrisa, tan necesarias en este tiempo tan crispado, y en el que tantas personas sufren por enfermedad, por falta de empleo o vivienda, por falta de recursos. Sin vosotros cualquier sociedad es más pobre y tiene menos horizontes.
Reconocemos y agradecemos cuánto aportáis a nuestra sociedad y a la Iglesia, pues los más vulnerables encuentran en vosotros al pueblo de Dios en primera línea para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos. Sois esa Iglesia que sirve y sale de casa para acompañar la vida, sostener la esperanza, tender puentes y romper muros.
Y hoy, también queremos celebrar como comunidad, como una gran familia capaz de abrazar y festejar con alegría, que entre todas las personas podemos sostener y hacer posible la esperanza y hacer un mundo mejor, si dejamos espacio en nuestra vida para amar, soñar y compartir lo que somos y tenemos con generosidad.