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Oremos por la unidad de todos los bautizados en Cristo

Celebramos este domingo cuando tiene lugar la tradicional Semana de oración por la Unidad de los cristianos. El lema de este año es: “Amarás a tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). Cada año entre el 18 y el 25 de enero lo celebramos. Ha sido preparado desde Burkina Fasso. Acojámoslo para orar y reflexionar sobre la necesidad de amarnos y de comprendernos más y mejor entre los mismos cristianos, si queremos atraer a la fe en Jesucristo. Oremos sin desfallecer y preparemos con esperanza un futuro de unidad dentro de cada comunidad cristiana, y entre todas las Iglesias de Jesucristo. Posiblemente la unidad requiera resolver cuestiones de interpretación teológica, pero sobre todo pide quererse en serio, perdonarse mutuamente las ofensas y, con humildad, aprender a hacer camino de servicio y de amor por nuestro mundo.

Debemos rezar juntos, reflexionar, conocernos mejor y encontrar puntos de encuentro para reanudar el trabajo esencial del ecumenismo, la búsqueda humilde de la unidad de todos los cristianos. Porque la desunión entre los cristianos es un gran pecado que escandaliza y difunde un doloroso antitestimonio de la fe. Será unidos que podremos aportar un “alma” a nuestro mundo, de la que está tan necesitado.

A veces parece como si en el camino ecuménico se diera un cierto cansancio y una falta de fervor, y se mantiene vivo el dolor de no poder compartir todavía la mesa eucarística. Pero Dios sigue sorprendiéndonos y sigue haciendo prodigios extraordinarios. Arrastramos siglos de peleas y desunión, y ahora conviene rehacer la confianza, conocernos mejor, perdonarnos mutuamente y con paciencia eliminar tantos prejuicios mutuos y tantos recelos. En nuestro país, hasta hace poco tiempo, hemos tenido un conocimiento muy limitado de las demás iglesias y comunidades eclesiales, de sus tradiciones y sensibilidades. Ahora, mejoraremos en esto debido a la inmigración, así como al sentido de globalidad del mundo en el que vivimos, que todo lo hace más cercano, también las diversas Iglesias cristianas. Y si nos amamos, progresaremos en la buena dirección, la que Cristo pedía: «Padre, que todos sean uno…» (Jn 17,21).

Se trata de conocer a los anglicanos y protestantes, los ortodoxos y los grecocatólicos, los evangélicos y los presbiterianos, los coptos y los siríacos, con sus diversos ritos y tradiciones, más allá de lo que encontramos explicado en los libros. Ya que cuando nos conocemos, entramos en la sensibilidad del otro, y caen los prejuicios. Con los contactos personales y el respeto por los valores que el otro también cree y quiere aportar, con servicios de caridad realizados en común, con persecuciones sufridas juntos, nos haremos más capaces de amarnos y de ir convergiendo a la unidad tal cómo y cuándo Jesucristo la querrá hacer. Y también es necesaria una purificación de las estructuras, para recorrer el camino de la sencillez evangélica y de la superioridad de Cristo por encima de todo y de todos. En el fondo se trata de vivir un “ecumenismo espiritual” como proponía S. Juan Pablo II en enero de 2003. Que sigan resonando entre nosotros, los gritos de 1999 en Bucarest, cuando la multitud, viendo juntos al Papa S. Juan Pablo II y el Patriarca de Rumanía Teoctist, los aclamaban y se comprometían al grito de “¡Unitate! ¡Unitate”! ¡La búsqueda de la unidad debe marcar nuestro presente y nuestro vivir de cristianos, si queremos ser fieles al bautismo recibido!

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