La campaña electoral afronta sus últimos días con la vista puesta en el 23J, el próximo domingo, cuando los ciudadanos decidirán con su voto qué gobernantes guiarán sus destinos los próximos cuatro años. Aunque en esta ocasión, no ha habido un posicionamiento conjunto que ofrezca orientaciones a los católicos, sí son varios los obispos que ha dedicado sus cartas pastorales a esta cuestión.
Luis Argüello, arzobispo de Valladolid, recuerda que los ciudadanos están llamados a participar en esta jornada electoral, pero advierte de que la participación en la vida política no se restringe a depositar una papeleta en una urna. «Debe ser un compromiso diario», añade.
Del mismo modo, pide a los representantes políticos que traten a los votantes como adultos y «no persigan comprar nuestro voto con promesas cada vez más altas» y que «no nos consideren personas inmaduras que no son capaces de afrontar nuestros deberes».
Y añade: «No quieran solucionar todos los problemas de la existencia; caigan en la cuenta de que muchos de ellos han de abordarse desde categorías diferentes al corto al medio o al largo plazo, como las que tienen que ver con el sentido de la vida o con la dimensión religiosa».
El prelado señala también algunos asuntos prioritarios como la problema demográfico, el estado del bienestar, la situación del poder judicial y la relación entre las administraciones públicas, la acogida a los migrantes, la salud mental o los suicidios, los accidentes laborales y la violencia.
«Qué bien si en los diversos debates y propuestas pudieran salir a la luz las diferentes formas de abordar estos problemas, siempre con una clave, la del deseo de converger en grandes acuerdos de Estado, precisamente en todas estas realidades que podemos denominar centrales», concluye.
En este sentido también se manifiesta el obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge, cuando pide a los políticos «que no multipliquen promesas que no podrán cumplir y que no nos oculten los problemas reales en la vida social, económica, política…». «Hay que mejorar la sanidad, los servicios sociales, la atención a los mayores, inmigrantes, parados de larga duración. Fomentemos el derecho a la vida, junto a la libertad religiosa de los padres para educar a sus hijos, que son bienes innegociables. Valoremos la familia como factor esencial de educación, armonía y estabilidad. Revitalicemos el pacto constitucional y respetemos la dignidad de las instituciones», añade.
Animar cristianamente el orden temporal
Por su parte, el obispo de Segorbe-Castellón, Casimiro López Llorente, señala que los laicos, de acuerdo con su conciencia cristiana bien formada, «están llamados a animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía y cooperando con los demás ciudadanos según su competencia específica y bajo su propia responsabilidad».
«Las acciones políticas son actos humanos, por lo que han de regirse siempre por criterios morales. Su ley suprema es el respeto a la dignidad y a los derechos de las personas. La política no puede fundarse solo en el consenso, sin ninguna referencia moral superior y objetiva. No se puede confundir la libertad y la pluralidad de opiniones con el relativismo o indiferentismo moral. Un pueblo sin convicciones morales objetivas es un barco a la deriva», recalca.
En su opinión, toda actividad política ha de hacerse con la perspectiva del servicio a la comunidad y para favorecer el bien común. Por tanto, las exigencias de la moral social cristiana, concluye, «suscita una obligaciones comunes en la acción política de los católicos tanto en la emisión del voto como la actividad política».
En un artículo en el diario ABC, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, afirma que estas elecciones generales son «una oportunidad de reestrenar lo que vale la pena, sin cansarnos nuca de estar empezando siempre». Eso que vale la pena es, continúa, «la vida en todos sus escenarios (naciente, creciente y menguante), la verdad como compromiso verificable de programas políticos que no mienten, la libertad en la expresión religiosa y cultural y en la elección educativa que para los hijos tiene padres, el respeto por la historia sin reescribirla con memorias tendenciosas y falseadas que reabren heridas, el evitar confrontaciones que nos dividen y enfrentan fraticidamente, el cuidado del bien moral de la unidad de un pueblo rico en historia, paisaje, lenguas y riquezas complementarias».
Y de esto van las próximas elecciones generales: una oportunidad de reestrenar lo que vale la pena, sin cansarnos nunca de estar empezando siempre: la vida en todos sus escenarios (naciente, creciente y menguante), la verdad como compromiso verificable de programas políticos que no mienten, la libertad en la expresión religiosa y cultural y en la elección educativa que para los hijos tienen los padres, el respeto por la historia sin reescribirla con memorias tendenciosas y falseadas que reabren heridas, el evitar confrontaciones que nos dividen y enfrentan fratricidamente, el cuidado del bien moral de la unidad de un pueblo rico en historia, paisaje, lenguas y riquezas complementarias.
La integridad de los políticos
Para el obispo de Segovia, César Franco, un gobernante debe sumar una serie virtudes como el amor a la verdad, la austeridad de vida, la opción por las más necesitados y excluidos, capacidad de diálogo, búsqueda de la concordia y unidad, actitud de humildad, defensa de los diversos credos y minorías sociales y el rechazo de gobernar en función de los intereses propios o de partido. «La integridad del político es exigencia primaria e indispensable para asumir la responsabilidad de gobierno», subraya.
Como Argüello, Franco advierte a los políticos ante la tentación de considerar al pueblo ignorante, de modo que puede ser engañado. «Un pueblo que no viva colonizado por las ideologías sabe que la política también es cuestión suya porque afecta a su bienestar. Si su capacidad está conformada por principios éticos esenciales, tiene el derecho de exigir el respeto que el político reclama para sí. La vida es anterior a la ciencia política, del mismo modo que los derechos son previos a la carta que los reconoce», agrega.
Por todo ello, considera necesario de cara el 23J que los ciudadanos «sepamos discernir con sabiduría quiénes son dignos del pueblo que desea ser gobernado con verdad, ética y justicia».
Recuperar la dignidad
«Hemos de insistir en recuperar la dignidad de la vida política. Desearíamos que todos fuéramos a votar, no tanto por obligación (“no hay más remedio”), cuanto por devoción». Así comienza su carta Agustín Cortés, obispo de Sant Feliu de Llobregat, que recuerda que para el buen funcionamiento de una democracia no solo son necesarias leyes, sino convicciones, personalidad, conciencia y virtudes.
«El olvido de la persona, en el individuo que deviene masa, en el político que se convierte en mero personaje gestor de una idea y un poder, hace del diálogo y el acuerdo político, que tanto nos urge, algo imposible. Ganar unas elecciones se convierte únicamente en victoria sobre el otro. Pero entonces no podremos soñar con lograr la justicia, hermana de la verdad. Menos aún, podremos soñar con la paz», reflexiona.