Día del Seminario 2024
Queridos hermanos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos,
Con el lema “Padre, envíanos pastores”, el próximo domingo 17 de marzo, cercana la solemnidad de San José, custodio de las vocaciones sacerdotales, la Iglesia nos invita a dar gracias por nuestro Seminario de San Torcuato y a celebrar el don de la Vocación al Ministerio Ordenado. El lema es una súplica confiada que se enraíza en la exhortación del Señor: “orad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies” (Lc 10,2). Es la solicitud del Buen Pastor que ama y atiende las necesidades de sus ovejas para que “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Tras la experiencia Pascual, el Señor confía a sus discípulos continuar con la misión que le ha confiado el Padre, anunciar el Evangelio a los hombres de todos los tiempos.
Son muchos los que le han respondido a lo largo de la historia. La vocación sacerdotal no es algo del pasado. El Padre sigue enviando pastores para que nos cuiden según su Corazón. En nuestros días, muchos siguen comprometiendo sus vidas con el “sí” que se forja en la entrega de la propia existencia, en la fidelidad, en la generosidad de corazón a su constante invitación: “Sígueme” (Jn 21, 22), en el servicio de la construcción de su Reino en el mundo, en la entrega a los hombres, cuidando especialmente a los más necesitados,
S. Juan Pablo II decía que “a pesar de los vastos procesos de secularización que se dan en el mundo, se detecta una exigencia generalizada de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de oración” (NMI 33). En esta “necesidad de oración” se inserta nuestra petición común al Señor para que “envíe obreros a su mies“. Nuestro primer deber es implorar con insistencia, confianza y humildad; pedir y dar gracias al “Dueño de la mies” por los que ya siguen más de cerca a Cristo en la vida sacerdotal y por los que Él, en su misericordia, no cesa de llamar para estas importantes tareas eclesiales, por nuestros seminaristas.
Conscientes del poder de la oración, os invito a todos a unirnos en una ferviente súplica para que no falten vocaciones al sacerdocio. Esta es la Iglesia sinodal que vive la comunión en la oración, una Iglesia en salida que, con corazón misionero, piensa en la necesidad que tiene nuestro mundo de presbíteros santos. Nos concierne a todos los bautizados fomentar, acompañar y sostener las vocaciones que tenemos y las que puedan surgir. Invitemos a los jóvenes, a los adolescentes y a los niños a participar en las actividades diocesanas preparadas por nuestro Seminario diocesano de San Torcuato y el equipo de pastoral juvenil y vocacional. Recemos para que las familias cristianas acojan con alegría el regalo de una vocación. Muchas de ellas se convierten en pequeños “cenáculos” de oración, ayudando a los jóvenes a responder con valentía y generosidad a la llamada de Jesucristo.
Es fundamental la labor de cada parroquia y comunidad cristiana en favor de las vocaciones como fuente de alegría y esperanza para nuestro Presbiterio, orando en la Eucaristía por esta necesidad. El Sacramento del altar tiene un valor decisivo para el nacimiento de las vocaciones y para su perseverancia, porque en el sacrificio redentor de Cristo aquellos que han sido bendecidos con el don de la vocación sacerdotal, encuentran la fuerza para dedicarse totalmente al anuncio del Evangelio. Conviene que se una la adoración del santísimo Sacramento, prologando así, en cierto modo, el misterio de la santa misa. Contemplar a Cristo, presente real y sustancialmente bajo las especies del pan y el vino, puede suscitar en el corazón de quienes están llamados al sacerdocio o a una misión particular en la Iglesia, el mismo entusiasmo que, en el monte de la Transfiguración, impulsó a Pedro a exclamar: “Señor, que bien se está aquí” (Mt 17, 4; cf. Mc 9, 5; Lc 9, 33). Se trata de un modo privilegiado de contemplar el rostro de Cristo.
Animo a mis hermanos sacerdotes a cuidar esta tarea prioritaria de nuestro ministerio, insertando el matiz vocacional en todas nuestras tareas pastorales. Su testimonio de vida y su entrega fiel, es un gozoso ejemplo y estímulo para el resurgir de nuevos discípulos del Señor, que quieran vivir exclusivamente para Cristo en su Iglesia, siendo sacerdotes. A través del sacerdocio, hemos sido llamados a reavivar el carisma de Dios por la imposición de las manos (cf. 2 Tim 1, 6), y gustar con renovado fervor el gozo de haberse entregado totalmente al Señor.
A nosotros nos corresponde colaborar, con todos los medios posibles, para que -en aquellos que Él ha elegido- la llamada de Dios no quede frustrada y podamos contar con muchos, buenos y santos sacerdotes, que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud su vida cristiana, constituyendo así una Iglesia viva y misionera. Agradezco la generosidad, oración y mimo de los sacerdotes, consagrados y muchos laicos por el Seminario, así como la generosidad económica- que os pido sea muy generosa en la colecta del Día del Seminario-, pues nos permite ofrecer los medios adecuados para una formación integral de nuestros Seminaristas. Gracias al Rector, formadores, confesores y bienhechores de nuestro Seminario por su trabajo y constante entrega por el bien de nuestra Diócesis. “Padre, envíanos pastores”. Que el semillero, que el Pastor bueno cultiva en nuestra Diócesis, siga dando buenos frutos según el corazón de Cristo.Con mi afecto y bendición.